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Nos sobran razones y nos falta dignidad
El pasado miércoles 22 de enero del año en curso, el congreso de los «disputados» acordó entre otras medidas la no revalorización de las pensiones para el año 2025 de algo más de 12 millones de pensionistas, así como dejar sin ayuda al transporte de viajeros, entre otras medidas de menor calado social. Decir, que las formaciones políticas, PP, VOX y los catalanes de JUNTS se opusieron al decreto que aprobó el gobierno el pasado 23 de diciembre que contenía mejoras respecto a las pensiones, transporte de viajeros, impuestos a las empresas eléctricas, etc.
Hace meses, estas mismas formaciones políticas que ahora se ponen de acuerdo para joder la vida a millones de familias estaban en «guerra» por el referendo independentista de Cataluña, evidenciando que tienen más en común de lo que parecían admitir. Este espectáculo político, un teatro del malo, es una estrategia para infundir miedo y desconfianza en la ciudadanía, intoxicando a la población y sembrando divisiones entre generaciones y grupos sociales. Al mismo tiempo, desvía la atención de problemas reales como el desempleo y la crisis económica, que requieren atención urgente. La manipulación informativa y la política del miedo se han convertido en herramientas para mantener a la ciudadanía distraída y dividida, impidiendo una reflexión crítica sobre sus intereses y necesidades. En este contexto, estas formaciones políticas ignoran los problemas que asolan a las familias, demostrando que su prioridad no es el bienestar de la gente, sino mantener su poder sobre el votante desinformado.
Las consecuencias de este “atraco” a más de 12 millones de pensionistas de la mano de lo que llaman la derecha y derecha extrema, hasta hace poco miembros de un mismo partido, PP, no puede quedar sin respuesta. Está ha de ser inmediata, implicando al mayor número de afectados en la movilización, transparente y coherente con los objetivos, sin renuncias mientras queden posibilidades de movilización y lucha.

Cierto es que el tejido asociativo es precario y en muchos de los casos carecen de independencia de las formaciones políticas que se alternan en la gobernancia, esto no deja de ser un grave problema que dificultara evitar manipulaciones de los objetivos propuestos. Es por ello, que el control de las acciones, propuestas, representaciones puntuales, etc., ha de ser concretadas en las múltiples asambleas que serán las únicas con soberanía para diseñar el camino en todo momento, evitando la jerarquización y potenciando la democracia directa. Muy importante, los cantos de sirena llegaran de los que dicen que nos gobiernan, ignorémoslo, que el camino sea el que en todo momento trace las asambleas de afectados.
Es muy probable que no se conquisten en está movilizaciones los objetivos propuestos, pero habremos creado al menos mejores condiciones organizativas para venideras luchas, adquirido confianza y experiencia y, lo más importante, si no luchamos estamos perdidos, si luchamos tenemos alguna posibilidad de conquistar los objetivos propuestos.
“Aplastar el derecho es abrir de par en par las
puertas de la rebelión
¡Apretar, tiranos, que los pueblos necesitan sufrir
los rigores de la opresión para recordar que tienen
el derecho de ser libres!”
-Ricardo Flores Magon 1917
El Estado es la verdadera amenaza
El dios de la peste
Entre todas las enfermedades mentales que el hombre ha inoculado sistemáticamente en su cráneo, la plaga religiosa es la más abominable.
Como todas las cosas, esta enfermedad tiene una historia; es lamentable que en este caso no se encuentre nada que indique la evolución del sinsentido a la razón, que generalmente se supone que es el curso de la historia.
El viejo Zeus y su doble, Júpiter, eran todavía bastante decentes, alegres, incluso podríamos decir, personajes algo ilustrados, si se los compara con el último trío en el pedigrí de los dioses que, al examinarlo, puede rivalizar con seguridad con Vitzliputzli en cuanto a brutalidad y crueldad.

No discutiremos en absoluto con los dioses jubilados o destronados, pues ya no hacen daño. Pero criticaremos, desenmascararemos y venceremos con mayor irrespeto a los más modernos, a los más oficiantes de revueltas, a los terroristas del infierno.
Los cristianos tienen un Dios triple; sus antepasados, los judíos, se contentaban con un solo simplón. Por lo demás, ambas especies forman un grupo bastante cómico. El “Antiguo y el Nuevo Testamento” son para ellos las fuentes de todo conocimiento; por lo tanto, queriéndolo o no, hay que leer las “sagradas escrituras” si se quiere sondear su superficialidad y aprender a burlarse de ellos.
Si nos limitamos a tomar la “historia” de estas deidades, encontraremos material suficiente para caracterizar el conjunto. En un breve esbozo, el caso queda así:
En el principio, Dios “creó” el cielo y la tierra; por consiguiente, se encontró en un vacío absoluto, donde seguramente todo era lúgubre, lo suficiente para aburrir incluso a una deidad, y como para un dios es una nimiedad conjurar mundos de la nada por arte de magia, como un malabarista que saca huevos o dólares de plata de las mangas de su chaqueta, él (Dios) “creó” el cielo y la tierra. Un poco más tarde, moldeó el cielo, la luna y las estrellas para que se adaptaran a sus necesidades.
Es cierto que ciertos herejes, llamados astrónomos, han establecido hace mucho tiempo que la Tierra no es ni podría haber sido el centro del universo, ni su existencia podría haber sido anterior a la del Sol, alrededor del cual gira. Esas personas han demostrado que es una locura hablar del Sol, la Luna y las estrellas, y con el aliento de la Tierra, como si fueran, comparados con los primeros, algo especial y de gran preponderancia. Se ha enseñado a todos los escolares que el Sol es sólo una estrella, la Tierra uno de sus satélites y la Luna un subsatélite de la Tierra; y, además, que la Tierra, comparada con el universo, lejos de desempeñar un papel destacado, es sólo un átomo, que parece una lluvia de polvo.
Pero ¿por qué un dios debería preocuparse por la astronomía? Él hace lo que quiere y desdeña la ciencia y la lógica. Por eso, después de haber creado la Tierra, hizo primero la luz y después el Sol. Hoy en día, hasta un hotentote puede entender que no puede haber luz ni tierra sin la materia, pero Dios… bueno, él no es hotentote.
Pero sigamos investigando. Hasta aquí la “creación” fue todo un éxito, pero todavía faltaba algo: las cosas no eran lo suficientemente animadas. El creador quería algo de diversión, por lo que finalmente creó al hombre. Curiosamente, ahora se desvió por completo del método aplicado anteriormente. En lugar de realizar esta creación con un simple e imperativo “¡hágase!”, la hizo extremadamente problemática. Tomó un prosaico trozo de arcilla común en su mano, modeló con él la figura de un hombre “a su propia imagen” y “sopló en su nariz aliento de vida”. Como Dios es de infinita sabiduría, benigno, justo, en una palabra, la amabilidad personificada, se le ocurrió que este Adán, como había llamado a su último artículo, al estar solo, encontraría la vida excesivamente tediosa (tal vez recordaba su propia existencia solitaria anterior a “Nada”), por lo que lo hizo una pequeña Eva bastante agradable y atractiva. Pero, mientras tanto, la experiencia le había enseñado que el manejo de un trozo de arcilla era una actividad bastante sucia, especialmente para un dios, por lo que aplicó otro nuevo método de fabricación: arrancó (la destreza no es brujería, y menos para un dios) una costilla del cuerpo de Adán y la transformó en una encantadora mujer. Si esta costilla, extraída de Adán, fue restaurada en un período posterior, o si después de la operación realizada Adán tuvo que andar por el mundo como un individuo «unilateral», es una cuestión sobre la que el historiador educado no dice nada.
La ciencia natural moderna ha establecido que los animales y las plantas, a través de las más diversas ramificaciones, se han desarrollado durante millones de años a partir de la simple materia moluscos hasta sus formas actuales. El hombre no es más que la forma más perfecta de este desarrollo y que no sólo tenía, hace algunos miles de años, un aspecto muy brutal sin lenguaje, sino que también, excluyendo cualquier otra suposición, debe haberse desarrollado a partir de especies animales inferiores.
En consecuencia, la ciencia natural tacha a Dios de fanfarrón absurdo con su autoproclamada creación del hombre. Pero ¿de qué sirve todo esto? Dios no tolera tonterías. Tanto si sus cuentos tienen un tono científico como si parecen cháchara tonta, exige que se crea en ellos, de lo contrario dejará que su competidor, el «diablo», nos atrape en sus garras, lo que se supone que es bastante incómodo. Porque en el infierno no sólo hay gemidos y crujir de dientes, sino que arde un fuego eterno, un gusano infatigable roe el alma y un hedor terrible a brea y azufre quemados llena el aire. A todas estas incomodidades se supone que está expuesto el hombre sin cuerpo. Su carne, de la que está vacío, se cuece; sus dientes cariados y caídos castañetean; aúlla sin garganta ni pulmones; huele sin nariz… y todo esto eternamente. ¡Un dios diablo! En definitiva, Dios es, como él mismo nos informa con franqueza en su crónica autobiográfica —la Biblia— extremadamente caprichoso y vengativo; en realidad, un modelo ideal de déspota.
Apenas existían Adán y Eva, cuando Dios decidió que había que gobernar a esa chusma. Decretó un código penal que decía categóricamente: «No comerás del fruto del árbol del conocimiento». Desde entonces no ha habido ningún tirano en ninguna parte que no haya dictado el mismo decreto para el pueblo.
Adán y Eva no respetaron esta prohibición, por lo que fueron exiliados y condenados a trabajos forzados de por vida, ellos y sus descendientes para siempre. Además de esto, a Eva le fueron quitados los “derechos civiles”, y se la declaró esclava de Adán, a quien debía servir. Obedecer. Además, ambos debían estar bajo eterna vigilancia policial divina. En verdad, ni siquiera Guillermo (el emperador alemán) se le adelantó como mercero de los asuntos humanos.
Pero a pesar de la inútil severidad de Dios para con la humanidad, éstas le enojaron cada vez más a medida que se multiplicaban. Cuán rápidamente se produjo esta multiplicación lo demuestra la historia de Caín y Abel. Después de que el primero hubo matado a su hermano, se fue a “una tierra extraña, y tomó para sí mujer”. Dios olvidó mencionar dónde estaba esa tierra extraña y de dónde provenían las mujeres que se encontraban allí, lo cual no sorprende, considerando la carga de trabajo excesivo que tuvo que realizar en ese momento.
Por fin, la copa se desbordó. Dios decidió destruir a toda la humanidad por medio del agua. Sólo se exceptuaron unos pocos ejemplares de la raza, con los cuales hacer otra prueba. Desafortunadamente, a pesar de toda su sabiduría, cometió un error, pues Noé, el jefe de los salvados, pronto fue desenmascarado como un borracho empedernido, con quien sus hijas criaron la “maldita Columbia”. ¿Qué bien podría surgir de una familia tan degradada?
De nuevo la humanidad se extendió; de nuevo se convirtió en una especie de simplones y bribones en pecado —sobre los que el famoso cancionero de Mecklemburgo habla con tanta maldad—, que Dios sintió deseos de estallar en ira celestial, tanto más cuanto que todos sus castigos locales ejemplares, como la destrucción de ciudades enteras con fuego y azufre, fueron totalmente ignorados y “arrojados a los perros”. Decidió destruir a toda la multitud, de raíz y de rama en rama, cuando ocurrió un acontecimiento realmente notable, que lo apaciguó considerablemente. De lo contrario, la humanidad habría terminado hace mucho tiempo.
Un buen día, un cierto “espíritu santo” apareció de repente en escena. Llegó como una verruga de la noche a la mañana, sin que nadie supiera de dónde. El escriba de la Biblia (Dios) simplemente dice que él mismo era el espíritu santo. De repente, tenemos que tratar con una deidad dual. Dicho espíritu santo tuvo la idea de descender en forma de paloma, o más bien de un palomo, y entrar en intimidad con una mujer oscura llamada María. En una hora dulce, “cubrió con su sombra” a la elegida de su corazón, y ¡he aquí! ella dio a luz a un niño, lo cual, como Dios afirma positivamente en la Biblia, nunca invadió en lo más mínimo su virginidad. Ahora bien, este niño no era sólo humano, también era Dios, siendo el hijo de Dios (del espíritu santo). El primer Dios mencionado ahora se llamaba a sí mismo Dios el Padre, al mismo tiempo que nos aseguraba su identidad no sólo con el espíritu santo, sino también con Dios el hijo. El padre sería su propio hijo, el hijo su propio padre, y uno o ambos, el espíritu santo. Así se formó la “santísima trinidad”. ¡Qué bueno!
Y ahora, pobre cerebro humano, mantente firme, porque lo que sigue es suficiente para hacer tambalear a un caballo. Sabemos que Dios el padre había resuelto fricasear a toda la chusma humana. Esta intención llenó al hijo de un dolor insoportable. Él (siendo su propio padre) cargó con toda la culpa del hombre; y se dejó apaciguar la furia del padre (siendo su propio hijo), siendo cruelmente ejecutado por la chusma “a redimir” –por supuesto, no sin ascender después sano y salvo al cielo. Este sacrificio del hijo (que es uno con el padre) hizo reír al padre (que es uno con el hijo), hasta tal punto que proclamó inmediatamente una amnistía general –en condiciones– que en parte siguen vigentes hoy.
Esa es la parte “histórica” de las “Sagradas Escrituras”. Aquí vemos que el absurdo y el sinsentido están tan presentes que aquellos que ya son lo suficientemente idiotas como para digerir tales cosas son susceptibles a las alucinaciones más locas. Entre ellas debe clasificarse en primer lugar la doctrina de la recompensa y el castigo de la humanidad en el “gran más allá”. Hace mucho tiempo que se ha demostrado científicamente que no existe un alma independiente del cuerpo. Eso que los farsantes religiosos llaman alma, no es nada más ni nada menos que la sede del pensamiento, el cerebro, que recibe las impresiones.
Por medio de los sentidos vivos, y por tales impresiones se vuelve activa; y, por consiguiente, en el momento de la disolución física esta acción necesariamente debe cesar. Pero ¿qué les importan a los enemigos mortales de la razón humana los resultados de la investigación científica? Sólo les importa lo necesario para impedir su divulgación entre el pueblo.
Y así predican la inmortalidad del alma. ¡Ay de ella en el más allá, si el cuerpo que la alberga aquí no ha respetado escrupulosamente el código penal de Dios durante su vida! Como nos aseguran estas personas, su Dios “todo generoso”, “todo justo”, “todo benévolo”, “todo misericordioso” es un olfato superdesarrollado, que husmea en los asuntos más insignificantes y nimiedades de todos y cada uno de los individuos, y hace anotaciones de todos sus defectos en su lista negra. De todos modos, es un cobarde bastante raro. Ante el peligro de contagiar a los recién nacidos de un fuerte resfriado, desea que, para su gloria, se los moje con agua (o sea, se los bautice).
Él disfruta paganamente oyendo a un rebaño innumerable de sus fieles ovejas balar sus letanías para ser contratadas en los puestos de sus iglesias, consagrados a tales prácticas, o cuando los más devotos de sus seguidores lanzan sin cesar sus piadosos “maullidos” y rezan, o más bien ruegan por todas las cosas posibles e imposibles, mientras él participa en guerras sangrientas y recibe las acciones de gracias y el incienso de los vencedores como el “Dios de las batallas”.
Se pone furioso si alguien duda de su existencia, o cuando un católico come carne los viernes, o no se limpia los pecados yendo repetidamente al confesionario; o cuando un protestante no desprecia los huesos de los santos y la parafernalia e imágenes prescritas para los católicos, o cuando, como regla, no camina por el mundo con una cara lo suficientemente larga como para parar un reloj, los ojos vueltos hacia arriba, la espalda encorvada y las manos juntas.
Si una persona muere impenitente, su Dios “misericordioso” le impone un castigo, en comparación con el cual todos los azotes del látigo o del gato de nueve colas, todos los dolores y sufrimientos de la vida en prisión, todas las privaciones de la deportación y el destierro, todas las emociones de los condenados al cadalso, todos los dolores del potro y otros instrumentos de tortura que los tiranos humanos hayan inventado, son sólo sensaciones agradables, placenteras y cosquilleantes.
Este Dios supera en crueldad bestial a todo lo maligno que conocemos en la tierra. Su prisión es el infierno, su ayudante el diablo, y sus castigos duran para siempre. Emplea gusanos que nunca dejan de roer, fuegos que nunca se apagan y otras diabluras mil veces como castigos y sólo muestra misericordia por transgresiones menores después de largos períodos de tiempo, siempre que el transgresor muera católico; Para estos últimos ha dispuesto, en determinadas circunstancias, un «purgatorio», que difiere del infierno tanto como una cárcel de una prisión. Está preparado sólo para reclusos relativamente transitorios, con normas algo más indulgentes
—Pero, en cualquier caso, incluso en el purgatorio seréis chamuscados sin piedad.
Los llamados “pecados capitales” nunca se castigan con el purgatorio, sino siempre con el infierno. Entre ellos se encuentra, entre otros, la “blasfemia”, perpetrada con palabras, escritos o con el pensamiento. Por consiguiente, en este sentido Dios no permite ni la libertad de prensa ni la libertad de expresión, ni siquiera del pensamiento no expresado. Esto, en sí mismo, es suficiente para señalarlo desde el principio como un competidor exitoso en groserías con los déspotas y tiranos más viles de cualquier país y época, pero los medios y la duración de sus castigos aumentan la bajeza de su naturaleza hasta el extremo. Por consiguiente, este Dios es el monstruo más atroz que se pueda concebir.
Su actitud es tanto más infame cuanto que permite que se diga de él que el mundo entero, y especialmente la humanidad en su conducta, están regulados por su omnipotente providencia divina. Maltrata al hombre por acciones de las que él mismo es el originador o la causa primera. ¡Cuán amables son, comparados con este monstruo, los tiranos de la tierra del pasado y del presente! Si a Dios le place, sin embargo, permitir que una persona viva y muera feliz de acuerdo con sus concepciones (las de Dios).
Lo maltrata aún peor, porque el «cielo» prometido, examinado a la luz del gas, es una institución mucho peor que el infierno mismo; porque allí no hay deseos, siempre se está satisfecho, sin tener nunca anhelo de nada. (Pero como sin deseo y consecución de él no es posible ninguna gratificación, así también la existencia en el cielo no tiene goce.) Eternamente ocupado en «contemplar al Señor», eternamente escuchando los mismos acordes de las mismas arpas, eternamente cantando esa misma canción nueva y fascinante en la misma melodía, si no la de «Gabriel tocando la trompeta en la mañana», seguramente no hay nada más estimulante.
Este es el grado más alto de cansancio después de un tiempo. La ocupación de una celda aislada en una prisión sería decididamente preferible. No es sorprendente, entonces, que aquellos que son lo suficientemente ricos y poderosos como para disfrutar del paraíso en la tierra, proclamen riendo con Heine:
“¡Los ángeles y los pájaros pueden poseer los cielos sólo para ellos mismos!”
Y, sin embargo, los ricos y poderosos fomentan y alimentan la idiotez divina y la estupidez religiosa. De hecho, es parte de su negocio; es, de hecho, parte de su negocio; es realmente una cuestión de vida o muerte para las clases dominantes y explotadoras, ya sea que el pueblo en general esté aturdido religiosamente o no. Con la locura religiosa se mantiene y cae su poder. Cuanto más se aferra el hombre a la religión, más cree; cuanto más cree, menos sabe; cuanto menos sabe, más estúpido es; cuanto más estúpido, más fácil es gobernarlo; cuanto más fácil de gobernar, mejor puede ser explotado; cuanto más explotado, más pobre se vuelve; cuanto más pobre es, más ricas y poderosas se vuelven las clases dominantes; cuantas más riquezas y poder acumulan, más pesado es su yugo sobre el cuello del pueblo.
Los tiranos de todos los tiempos y de todos los países siempre estuvieron muy familiarizados con esta línea de pensamiento, y por esa razón siempre estuvieron en buenos términos con el sacerdocio de todos los credos. Las peleas casuales entre estas dos clases de enemigos de la humanidad fueron en todo momento sólo de carácter doméstico, mera lucha por la supremacía. Los sacerdotes o predicadores saben que están perdidos, a menos que tengan el “tendón superior” como apoyo. No es ningún secreto para los ricos y poderosos que la humanidad sólo puede ser esclavizada y explotada cuando los nigromantes de las iglesias injertan suficiente servilismo en los corazones de las masas del pueblo para hacerles ver la tierra como un valle de lágrimas, para imbuir sus mentes con la justicia del decreto divino: “Servid a vuestro amo” (a los que están en autoridad), y para comprarlos con una supuesta “costilla de repuesto” de la que el pueblo recibirá la sopa en ese hogar más allá de los cielos, el “Nadie sabe”.
El señor Windthorst, miembro del Parlamento alemán, archijesuita y campeón de la facción clerical, nos dio a entender en una ocasión, en el calor de un debate, lo que piensan los impostores y charlatanes de la sociedad con respecto a este asunto. “Cuando el pueblo pierda la fe”, dijo, “ya no soportará más su intolerable miseria, sino que se rebelará”. Esto era muy pertinente y debería haber despertado la reflexión de todos los trabajadores, si, sí, si la gran mayoría de ellos no se hubieran vuelto tan imbéciles religiosos que les resultara absolutamente imposible comprender las ideas más simples, aunque las escucharan con oídos normales.
No en vano el sacerdocio de todo tipo, es decir, el despotismo de la “gensdarmería negra”, siempre se ha esforzado tanto por impedir la regresión del sentimiento religioso, aunque, como es bien sabido, entre ellos mismos podrían estallar de risa por las tonterías que predican a cambio de dinero en efectivo.
Durante miles de años, estos profanadores de cerebros han instituido un reino de terror, sin el cual la locura religiosa habría sido abolida hace mucho tiempo. El patíbulo y la espada, la mazmorra y las cadenas, el veneno y los puñales, el asesinato y el homicidio judicial, fueron los medios por los cuales se mantuvo la locura religiosa, que para siempre será una mancha de vergüenza en la historia de la raza humana. Cientos de miles han sido quemados lentamente en la hoguera “en nombre de Dios” porque se atrevieron a apestar en el fango bíblico. Millones de personas se han visto obligadas, en tediosas guerras, a romperse la cabeza unos a otros, a quemar y saquear países enteros y, después de asesinatos e incendios masivos, a propagar enfermedades y pestilencias, todo para mantener la religión. Las torturas más atroces fueron inventadas por los sacerdotes y sus cómplices para asustar a quienes habían dejado de temer a Dios y convertirlas a la religión mediante la aplicación de la diabólica mundana.
Cuando un hombre mutila las manos o los pies de otro, decimos que es un criminal. ¿Cómo llamaremos a quienes mutilan el intelecto del hombre y, fracasando en ese intento, con refinada crueldad destruyen el cuerpo pulgada a pulgada?
Es cierto que hoy no pueden llevar a cabo su nefasto bandolerismo “divino” como antes estaba en boga, sino que en lugar de ello han optado por entrometerse en los asuntos domésticos de las familias, influyendo sobre las mujeres, secuestrando niños y abusando de las escuelas para la consecución de sus fines. Su hipocresía ha aumentado en lugar de disminuir. Después de que sus intentos de abolir el recién descubierto arte de la imprenta fracasaran rotundamente, con su astucia y picardía habituales lo utilizaron y, poco a poco, en gran medida, han logrado que la prensa de hoy sea servil a su causa.
Un viejo adagio dice: “Donde pisa un sacerdote no crece la hierba”. En otras palabras, si una persona cae en las garras de los sacerdotes, su intelecto se vuelve estéril; sus funciones intelectuales dejan de operar de manera normal y, en su lugar, gusanos religiosos y gusanos divinos se retuercen en su cerebro. Se parece a una oveja que tiene problemas para caminar.
Estos desgraciados descarriados han sido despojados del verdadero objeto de la vida y, lo que es peor, forman la gran multitud que se opone a la ciencia y a la marcha de la razón, a la evolución y a la libertad. Siempre que se trata de forjar nuevas cadenas para la humanidad, están dispuestos a trabajar en el yunque como si estuvieran poseídos por demonios. Siempre que se bloquea el camino del desarrollo progresivo con obstáculos, estos cafres se oponen en toda su amplitud al espíritu de los tiempos. El intento de curar a estos imbéciles no es sólo una buena obra para ellos, es en realidad un intento de cauterizar un cáncer que trae sufrimiento a todo el pueblo y que, en última instancia, debe ser extirpado incondicionalmente. De esta tierra se trata de convertirla en una morada adecuada para la humanidad en lugar de ser un campo de juego para que los dioses y los demonios nos atormenten.
¡Fuera, pues, la religión de las cabezas del pueblo, y abajo el sacerdocio! Estos últimos tienen la costumbre de decir: “El fin santifica los medios”. Muy bien, apliquemos este precepto contra ellos. Nuestro objetivo es hacer que la humanidad sea independiente de toda condición de esclavitud, del yugo de la servidumbre social, así como de los grilletes de la tiranía política y, no menos importante porque es lo último, de toda plaga de oscuridad religiosa. Todos los medios para alcanzar este objetivo, y aprovechados en todas las oportunidades que se presenten, serán reconocidos como justos y correctos por todo verdadero filántropo.
Toda persona que posea sentido común en lugar de locura religiosa, y que descuide hacer todo lo posible, día tras día, a cada hora, para derrocar la religión, elude un deber. Toda persona que se libere de la superstición deísta, que se abstenga de oponerse al sacerdocio donde, cuando y como sea que se presente una oportunidad, es un traidor a su causa. Por lo tanto, ¡guerra a los perros negros! ¡Guerra implacable al cuchillo! ¡Incitad contra los seductores del hombre, ilustrad a los seducidos! Hagamos todos los medios de la contienda servil: El azote de la burla y el desprecio, la antorcha de la ciencia y el conocimiento, y donde estos son insuficientes —argumentos de mayor peso— los que se sentirán.
Para los ignorantes, o mejor dicho, aquellos que astutamente fueron hechos y mantenidos así, si parecen tener todavía un poco de sentido común, las siguientes preguntas serán apropiadas:
“Si Dios quiere que lo conozcamos, lo amemos y lo temamos, ¿por qué no se manifiesta? Si es tan bueno como dice el clero, ¿qué razón hay para temerlo? Si es omnisciente, ¿por qué molestarlo con asuntos privados y oraciones? Si es omnipresente, ¿por qué construirle iglesias? Si es justo, ¿por qué suponer que el hombre, a quien creó lleno de faltas, será castigado? Si el hombre hace el bien sólo por la gracia de Dios, ¿por qué debería ser recompensado? Si es omnipotente, ¿cómo puede permitir que blasfememos? Si la mentira es inconcebible, ¿por qué debemos ocuparnos de él? Si el conocimiento de Dios es necesario, ¿por qué permanece en la oscuridad?” Tales preguntas son un enigma para ellos.
Toda persona pensante debe admitir que nunca se ha encontrado una sola prueba de la existencia de Dios y, además, no hay la menor necesidad de la existencia de Dios. Como conocemos las propiedades y leyes inherentes a la naturaleza, la presencia de Dios, ya sea dentro o fuera de ella, es realmente inútil, completamente superflua y evidentemente insostenible. Moralmente, la necesidad de su existencia es aún más insignificante.
Hay un gran imperio gobernado por un potentado, cuya conducta crea diferencias de opinión en las mentes de sus súbditos. Quiere ser conocido, amado y honrado, y que todos lo obedezcan, pero nunca se muestra. Todos se esfuerzan por confundir la idea que tienen de él las naciones individuales. El pueblo, sometido a su poder, sólo tiene las ideas sobre el carácter y las leyes de su soberano invisible que sus ministros creen conveniente dar a conocer, aunque estos últimos confiesan, al mismo tiempo, que son incapaces de formarse una idea de su amo, que su voluntad es inescrutable, sus puntos de vista sobre las cosas y sus propiedades inescrutables, y que incluso sus servidores difieren sobre los decretos que él envía; porque en cada provincia de su imperio las leyes difieren, y se acusan mutuamente de haberlas alterado y falsificado. Estos edictos y mandamientos, que pretenden tener autoridad para promulgar, son oscuros; Son enigmas que los súbditos para cuyo beneficio y esclarecimiento se promulgan no pueden comprender ni resolver. Las leyes de este monarca oculto requieren una explicación, pero quienes las explican están siempre en desacuerdo. Todo lo que cuentan sobre su soberano oculto es una masa caótica de contradicciones. No dicen una sola palabra que no pueda probarse inmediatamente como mentira. Hablan de él como sumamente bueno, pero aun así no hay individuo existente que no se queje de sus mandatos.
Hablan de él como infinitamente sabio, pero sin embargo en su administración todo se opone al sentido común y a la razón. Elogian su justicia, y sin embargo los mejores de sus súbditos son, por regla general, los menos favorecidos. Nos aseguran que él lo ve todo, pero su omnipresencia no alivia ninguna angustia. Él es, dicen, un amigo del orden, pero en su dominio todo es confusión y desorden. Todas sus acciones son autodeterminadas, pero los acontecimientos rara vez, si es que alguna vez, confirman sus planes. Él puede penetrar en el futuro, pero no sabe lo que sucederá. No permite que ningún insulto que se le haga quede sin castigo, pero se somete a ellos de todos. Se asombran de su conocimiento y de la perfección de sus obras, pero sus obras son imperfectas y de corta duración, porque crea, destruye y mejora constantemente lo que ha hecho, sin siquiera estar satisfecho con sus producciones.
Todas sus empresas son en aras de la gloria, pero su propósito, ser glorificado universalmente, nunca se logra. Trabaja incesantemente por el bienestar de sus súbditos, pero la mayoría de ellos se encuentran en una terrible necesidad por las necesidades de la vida. Aquellos a quienes aparentemente parece favorecer más son los menos satisfechos con su suerte. Los vemos casi todos refractarios a una, amo, cuya grandeza admiran, cuya sabiduría alaban, cuya benevolencia honran, cuya justicia temen y cuyos mandamientos reverencian, pero nunca cumplen. El imperio es la tierra; este soberano es Dios; sus vasallos son los sacerdotes; sus súbditos son la humanidad: una hermosa conglomeración.
El Dios de los cristianos, como hemos visto, es el Dios que hace promesas sólo para romperlas; que les envía pestilencia y enfermedad para curarlos; un Dios que desmoraliza a la humanidad para mejorarla. Un Dios que creó al hombre “a su propia imagen”; y sin embargo no se le atribuye el origen del mal en el hombre. Un Dios que vio que todas sus obras eran buenas, y pronto descubrió que eran malas; que sabía que el hombre comería del fruto prohibido, y aún así lo condenó eternamente por eso. Un Dios que es tan torpe como para permitir que el diablo lo engañe; tan cruel que ningún tirano en la tierra puede compararse con Min: ese es el Dios de la teología judeo-cristiana. Es un chapucero sabio que creó a la humanidad perfectamente, pero no pudo mantenerla en ese estado; que creó al diablo, pero no pudo mantenerlo bajo control; un Dios que es omnipresente, pero descendió del Cielo para ver lo que estaba haciendo la humanidad; Un Dios misericordioso, que a veces ha permitido la matanza de millones de personas. Un Todopoderoso que condenó a millones de inocentes por las faltas de unos pocos que causaron el diluvio para destruir a la humanidad, exceptuando a unos pocos con los que comenzar una nueva generación, no mejor que la anterior; que creó un Cielo para los tontos que creen en el “evangelio” y un infierno para los iluminados que lo repudian. Un charlatán divino que se creó a sí mismo por medio del Espíritu Santo y luego se envió como mediador entre él y los demás, y que, despreciado y ridiculizado por sus enemigos, fue clavado en una cruz, como un murciélago en la puerta de un granero; que fue enterrado, resucitó de entre los muertos, descendió al infierno, ascendió al Cielo y desde entonces, durante mil ochocientos años, ha estado sentado a su propia diestra para juzgar a los vivos y a los muertos cuando los vivos dejaron de existir. ¡Un déspota terrible! cuya historia debería escribirse con letras de sangre, porque es una religión de terror.
¡Fuera, pues, la teología cristiana! ¡Fuera un Dios inventado por predicadores de la fe sangrienta, quienes, sin su nada importante, con cuya ayuda explican todo, ya no podrían gozar de la superfluidad, ya no glorificar la pobreza ni vivir en el lujo, ya no predicarían la sumisión ni practicarían la arrogancia, sino que, por el avance de la razón, serían arrojados a las profundidades más profundas del olvido!
¡Fuera, pues, la maligna trinidad, el padre asesino, el hijo antinatural, el fantasma lascivo! ¡Fuera todas las fantasías degradantes en cuyo nombre el hombre es degradado a una miserable esclavitud y, mediante el poder todopoderoso de la falsedad, ha sido engañado para que espere las alegrías del Cielo como indemnización por las miserias de la tierra! ¡Fuera, pues, aquellos que con sus alucinaciones santificadas son las maldiciones de la libertad y la felicidad, el sacerdocio de todo tipo!
Dios no es más que un espectro, fabricado por canallas conspiradoras, mediante el cual la humanidad es tiranizada y mantenida en constante temor. Pero el fantasma se disuelve instantáneamente, cuando se lo examina bajo el cristal de la reflexión sobria. Las masas defraudadas se impacientan… y ya no temen al fantasma, sino que más bien le ofrecen al sacerdocio la palabra del poeta:
“Malditos los ídolos a quienes rezamos, Que en invierno nuestra hambre y nuestro frío se calmaron, En vano esperamos, en vano aguardamos, Ser engañados y engañados fue siempre nuestro destino.”
Es de esperar que no se queden mucho más tiempo con las tonterías y los engaños, sino que, si una de estas arcillas finas arroja sus crucifijos y santos al fuego, “transforme sus crucifijos y cálices en utensilios útiles, y haga de su iglesia” —teatros, salas de conciertos y de reuniones, o, si no fueran útiles para ese propósito, utilícelos como graneros o establos—, encuentre útiles trabajar para los sacerdotes y las monjas, y luego sorprenderse de sí mismos por no haberlo hecho mucho antes.
Este método breve y conciso, por supuesto, sólo se consumará en la tormenta de la revolución social venidera; de hecho, en ese momento, cuando los conspiradores del sacerdocio, los príncipes, la nobleza, los burócratas, los capitalistas; y los explotadores de todo tipo, sean barridos como por un torbellino, limpiando allí al Estado y a la Iglesia con una escoba de hierro del lodo acumulado durante siglos.
Autor, Juan Most
Extradio de la página web: https://theanarchistlibrary.org/library/johann-most-the-god-pestilence
Juicio contra la CNT-AIT. A propósito de las demandas contra la CNT-AIT
Sobre derivas autoritarias y autoritarismo
Ese concepto, el de «deriva autoritaria», gusta mucho a opinadores políticos de toda índole, de esos que proliferan como las setas en otoño. Así, a diestra y siniestra, según sean las simpatías del sujeto en cuestión, se aplica a uno u otro gobierno, mientras que uno, más bien sobrado de lucidez, se pregunta si en realidad el autoritarismo no es sencillamente inherente a todos aquellos que conquistan el poder manteniendo un Estado cada vez más fuerte. Cierto es que algunos gobiernos parecen respetar, al menos, un mínimo de libertades formales e, incluso, si no vociferas demasiado, toleran que uno se queje del sistema y el poder instituido. Se establece aquí una maldita paradoja y es que, principalmente, los anarquistas que somos los que estamos ahítos de tanta injusticia y estupidez, principalmente podemos crecer y desarrollarnos en esas sociedades donde el poder, seguramente por interés y de manera coyuntural, afloja y tolera ciertas críticas. Seguramente, conceptos como «democracia constitucional» o «Estado de derecho» son meras concesiones liberales de las élites políticas y económicas, por lo que lo dejaré claro. No estoy defendiendo sistema instituido alguno, lo que mantengo es que son necesarias al menos ciertas libertades, algo que la historia nos ha enseñado a poco que uno se esfuerce en mirarla bien, partir de ello para tratar de ir conquistando un mayor horizonte de una libertad inequívocamente unida a la solidaridad (es decir, a la de todos).
Pero, volvamos con esa «deriva autoritaria» de ciertos gobiernos para tratar de concretar un poco sobre este mundo que sufrimos. Hay quien dice, con evidente tono justificatorio de ciertos regímenes supuestamente socialistas, que no hay mayor autoritarismo que el del capitalismo. Lo que ocurre, en primer lugar, es que no observo ni un solo Estado en el mundo que no sea auténticamente capitalista, quizá con unos u otros actores económicos en juego, pero todos y cada uno de ellos adoptan la lógica del capital. Habrá, a estas alturas, quien sostenga sin rubor alguno el argumento marxista de que hay que que tolerar cierta fase estatal donde convivan propiedad privada y colectiva para, en un futuro remoto, conquistar el paraíso comunista, pero muchos, miopes perdidos, no hemos visto indicio alguno ni siquiera de esa etapa intermedia. Pero, no pongamos el foco aquí, que luego me acusan de pertinaz anticomunista y, por supuesto, nada más lejos de mi intención. De hecho, hay ultraliberales (sí, los pseudolibertarios), desconocemos si por mezquindad o cinismo, que llaman socialismo (autoritarismo, para ellos) a cualquier forma de Estado, mientras que el capitalismo sería sinónimo de libertad. Estado y capitalismo, los anatemas de los verdaderos libertarios, y no hacen falta más palabras para el buen entendedor.
El autoritarismo ha sido, y es, inherente a muchos regímenes de uno u otro tipo, todos estatales e insistiremos, todos, de una u otra forma, parte del capital. Lo que llaman deriva autoritaria se ha producido a izquierda y derecha en todos y cada uno de ellos, incluso en aquellos que pretendían presentarse como un proyecto social alternativo al devastador capitalismo. Tenemos claro lo que es el Estado, instituciones coactivas (incluso, en su versión más amable, tolerante con ciertas libertades), entre las que se encuentra el gobierno de unos pocos, para imponer un proyecto político y económico. Cabe preguntarse también qué diablos entendemos por capitalismo y a mí me gusta concretar en acaparación de los medios de producción para explotar el trabajo ajeno. Cabe interrogarse, igualmente, acerca de la posibilidad de alguna forma de socialismo libre y libertaria; es un concepto tan demonizado, casi tanto como el de comunismo, que uno no puede más que indagar en alguna forma de economía que cubra las necesidades mínimas de todo quisque sin necesidad de convertirse en esclavo de la voluntad de otros. Se nos dirá que eso pasa por la socialización de los medios de producción en manos de los trabajadores, que es otra forma de llamar a la bendita autogestión a la que jamás ha tendido ningún Estado. Se nos dirá qué ocurre con aquellas personas, que las habrá, que no quieran participar de este proyecto socializante, a lo que cabe responder que todo el mundo tiene derecho a llevar su proyecto de vida con los medios disponibles para llevarlos a cabo sin que se convierta en dueño de la voluntad de otro. Nadie dijo que fuera fácil, pero lo que parece claro es que el autoritarismo no es el camino y la deriva autoritaria solo forma parte de aquellos que preconizan la conquista del poder. Dicho queda.
Extraido de la web; https://acracia.org/sobre-derivas-autoritarias-y-autoritarismo/?utm_source=mailpoet&utm_medium=email&utm_source_platform=mailpoet&utm_campaign=boletin-acracia-org-9122020_9
UNA VIDA, UN PENSAMIENTO: «DURRUTI, DE LA REVUELTA A LA REVOLUCIÓN» – LA REVOLUCIÓN ENTRE ARAGÓN Y MADRID
Absolución condenados de Gijón: La «Justicia» un insulto a la inteligencia
https://laboro-spain.blogspot.com/2024/07/sentencia-penal-UGT-subvenciones.html
Delincuente es quien comete un delito, sea persona física o jurídica, como un sindicato. Pues bien, una recientísima sentencia de la Audiencia Provincial de lo penal de Asturias ha confirmado que cometieron delitos tanto el “sindicato” UGT de Asturias como su fundación IFES, que es la que creó UGT para impartir formación subvencionada en toda España. ¿Qué delitos y cómo los cometían? Pasen y vean, la función va a comenzar.