La práctica de la acción directa: la huelga de alquileres de Barcelona de 1931 (1989) – Nick Rider

Miembros de la CNT detenidos por la huelga general y de alquileres en Barcelona, 1931. Arxiu Fotogràfic de Barcelona 

Convencionalmente, la imagen que se ha dado de la trayectoria seguida por el sindicato anarcosindicalista español, la CNT, tras la instauración de la república democrática en abril de 1931 ha sido, dicho en términos muy generales, que casi desde la inauguración del nuevo régimen quedó bajo el dominio, particularmente en Cataluña, del ala más intransigente del anarquismo, organizada en la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Esta buscó entonces el enfrentamiento inmediato con el régimen, lanzando una oleada de activismo insurreccional maximalista, de motivación puramente ideológica, sin objetivos intermedios, una ronda de «revolucionarismo sin sentido» que sólo sirvió para desestabilizar la República y dilapidar las fuerzas de la propia CNT.

Generalmente no se da una explicación clara del proceso a través del cual estos elementos radicales pasaron a primer plano en lo que era una organización de masas abierta y en la que, como han señalado varios escritores recientes, una gran parte de los miembros no eran en absoluto anarquistas comprometidos, sugiriéndose con frecuencia que esto se debía a maquinaciones organizativas internas o a circunstancias fortuitas más que a un llamamiento más directo a cualquier sector de la clase obrera.

Esta imagen conlleva varias suposiciones. Una es que la República de 1931 era realmente un régimen genuinamente democrático que ofrecía medios adecuados de expresión de quejas legítimas, contra el que los anarquistas radicales, sin ninguna provocación previa, lanzaron acciones de un tipo que no se podía esperar que ningún gobierno tolerara, y que no dejó al gobierno otra alternativa que tomar medidas represivas contra la CNT. Otra idea implícita en este argumento es que el anarquismo radical consistía enteramente en una ideología inflexible y purista, una «Idea» vagamente mística y todavía fuertemente impregnada de milenarismo, en muchos aspectos inalterada desde la introducción del anarquismo en España en la década de 1860 y carente, sobre todo, de cualquier sentido de desarrollo, de cualquier sentido de estrategia o táctica, y de cualquier preocupación por las necesidades y objetivos inmediatos y prácticos.

A menudo se alía con esta imagen el argumento que, para explicar la aparente anomalía de la fuerza del anarquismo en la Cataluña industrial, subraya el estancamiento y la inmovilidad de la economía española, incluida la industria catalana, y de la España rural, sugiriendo que el anarquismo en las ciudades fue simplemente trasladado de un campo atrasado, como una especie de supervivencia de formas preindustriales de conflicto. Estas ideas parecen proponer una visión de los nuevos inmigrantes en la ciudad, y de la clase obrera catalana en general, siempre que se les identifique con el anarquismo, como peculiarmente inflexibles y predeterminados; es decir, sugerir que, en lugar de desarrollar sus formas de organización y acción de acuerdo con la experiencia y las circunstancias, sólo eran susceptibles de reaccionar de una manera en gran medida irreflexiva y en términos de prejuicios preexistentes, casi atávicos, e ideas fijas. Por el contrario, rara vez se sugiere que alguno de estos modos de acción pudiera haber formado parte de los intentos de responder de forma imaginativa y dinámica a las exigencias prácticas de un entorno urbano.1

Sin embargo, más allá de las debilidades más evidentes de estos argumentos -sobre todo el hecho de que sólo una pequeña proporción de los emigrantes a Barcelona procedían del corazón del anarquismo rural en Andalucía occidental2 -, un examen más detallado de la trayectoria de la CNT revela que, de hecho, tanto la teoría como, lo que es más importante, la práctica de todos los sectores de la CNT estaban en continua evolución; y que, junto a la preocupación más familiar por la ideología, los diferentes grupos de militantes sindicales hicieron un esfuerzo constante no sólo para construir un movimiento revolucionario, sino también, simultáneamente, para llegar a un acuerdo con una situación social que cambiaba rápidamente y responder a las necesidades aparentes de la clase obrera. En este capítulo trataré un ejemplo de este esfuerzo, en un área que era un problema social primario en Barcelona en los años 30, la vivienda, y que era de igual importancia en la relación en desarrollo entre la República y la base de masas de la CNT. Para entender este proceso, es necesario observar primero el desarrollo de Barcelona en los primeros treinta años de este siglo.

Lejos de ser un periodo de continuo estancamiento y atraso, el comprendido entre 1910 y 1930 fue un periodo de enormes cambios en España, y de intensa urbanización.En sólo quince años, entre 1915 y 1930, la población de Barcelona, en particular, pasó oficialmente de 619.083 habitantes a 1.005.565 -es decir, un 62%-, y durante la década de 1920 la ciudad fue una de las de más rápido crecimiento de Europa.3 Este rápido cambio fue parte integrante de la crisis social y política que alcanzaría su punto culminante en la Guerra Civil de 1936.

Mapa 2.1 Barcelona, con los barrios mencionados en el texto y los grupos de Casas Baratas.

El aumento de la población de Barcelona se debió principalmente a dos grandes oleadas de inmigración, la primera de las cuales estuvo asociada al auge desencadenado por la Primera Guerra Mundial. La guerra abrió enormes posibilidades para la economía española, principalmente en forma de exportaciones a los países beligerantes, y estimuló una ola de expansión industrial casi sin precedentes. La industria catalana, en particular, pudo salir de su excesiva dependencia de una industria textil lenta y anticuada y diversificarse hacia sectores más modernos y de base técnica, como la ingeniería, la química y la maquinaria eléctrica. En palabras de Carme Massana, fue entre 1900 y 1930 cuando Barcelona adquirió «una verdadera estructura económica industrial».4 Al mismo tiempo, sin embargo, esta súbita aceleración de la economía tuvo un tremendo efecto desestabilizador en todo el país, produciendo una inflación masiva, muy superior a la de los salarios, que hizo intolerable la vida de amplios sectores de la población rural y puso en marcha una emigración a las ciudades que, a pesar del auge, seguía superando la capacidad de absorción de la industria.

La expansión industrial se ralentizó tras la guerra, pero el éxodo continuó. En el caso de Barcelona, que durante la década de 1920 se convirtió en la mayor ciudad de España, esta segunda oleada de inmigración se vio atraída menos por el crecimiento industrial que por los enormes proyectos de obras públicas asociados a la Exposición Internacional de 1929. Varios autores han señalado cómo la Exposición fue concebida inicialmente por los nacionalistas catalanes conservadores como un medio de movilizar capital estatal y privado para hacer realidad su ideal de Barcelona como gran ciudad moderna, dotada de modernos sistemas de transporte, energía, etc.5. Sin embargo, en la Exposición, tal como acabó materializándose, iban a influir muchos otros sectores, con motivaciones ideológicas diferentes o mucho más limitadas, en particular el régimen del general Primo de Rivera, que la adoptó como una operación de prestigio, y varios grandes intereses financieros. Como resultado, adquirió aún más el carácter de un proyecto capitalista, una operación especulativa en la que los fondos estatales, los créditos casi incontrolados proporcionados por la dictadura, se utilizarían para permitir la maximización del beneficio privado.

Así, mientras los organismos oficiales se ocupaban de la construcción de los monumentos y parques de la Exposición y de una infraestructura urbana concebida sólo como grandes avenidas y sistemas de transporte, no hacían nada por proporcionar viviendas a las masas de inmigrantes que vendrían a construirlas. La única iniciativa oficial en este campo fueron los cuatro grupos de las llamadas «Casas Baratas», 2.229 en total, que no fueron en absoluto suficientes para satisfacer la demanda, en cualquier caso, según el futuro alcalde republicano de Barcelona, no eran más que una reproducción «en hormigón armado de la choza primitiva «6.

En consecuencia, el rápido crecimiento de la ciudad vino acompañado de una aguda crisis de la vivienda, en la que degeneró la condición de las viviendas disponibles en Barcelona para la clase obrera, al tiempo que se disparaba su precio.A falta de iniciativas oficiales, la provisión de viviendas corría a cargo de los propietarios privados y, en particular, de los numerosos pequeños propietarios. La Cámara de la Propiedad Urbana de Barcelona, de afiliación obligatoria para todos los propietarios desde 1920, contaba en 1931 con 97.853 socios en toda la provincia, sobre una población total de alrededor de 1.760.000 habitantes. De ellos, el 80%, cerca de 79.000, percibía una renta anual de la propiedad inferior, como máximo, a 880 pesetas, y un gran número recibía mucho menos que esa cantidad.7 En términos de valor, la mayor parte de la propiedad estaba en manos de grandes propietarios, que eran los principales beneficiarios de la revalorización de la propiedad producida por la Exposición en las zonas centrales de la ciudad, pero, sin embargo, la propiedad también estaba muy fragmentada, sobre todo en los barrios populares. A pesar del enorme aumento de la demanda de viviendas, estos pequeños propietarios disponían de muy poco capital con el que construir, y el resultado fue la aparición de una enorme cantidad de viviendas precarias y sin planificar.

Estas nuevas viviendas adoptaron diversas formas. Una de las primeras manifestaciones de la crisis de la vivienda fue la expansión de los barrios de chabolas. En 1922, el entonces director del Instituto Municipal de Higiene, Dr. Pons Freixa, contabilizaba 3.008 chabolas en Barcelona, con 15.552 habitantes, aunque estas cifras debían tomarse como provisionales, ya que los grupos de chabolas crecían sin control.8 La mayoría de estas chabolas no eran construidas por los propios habitantes, ni eran ocupadas gratuitamente; en los alrededores de Barcelona había muy pocos terrenos sin dueño, y casi siempre había que pagar alquiler por las chabolas, fuera cual fuera su estado. Además, Pons Freixa denunció la aparición de «industriales» del chabolismo, que alquilaban solares para construir chabolas y las alquilaban a precios abusivos, obteniendo «un beneficio casi siempre usurario». Esta «industria» no era cosa de unos pocos especuladores, ya que, al poder obtenerse enormes beneficios con un capital limitado, se había introducido en ella un «sinfín» de personas, entre ellas muchas «de condición muy modesta «9.

La situación cambió ligeramente durante la segunda oleada de inmigración y, en efecto, como gran parte del capital acumulado durante el auge industrial se filtró hacia el sector inmobiliario, los pequeños propietarios pudieron participar en un auténtico boom de la construcción que se produjo durante los años veinte.Fue en esta época, en particular, cuando la construcción se extendió a los municipios más pequeños alrededor del límite de la ciudad de Barcelona, en particular Hospitalet, Santa Coloma y Sant Adrià del Besós, cuya población creció extraordinariamente rápido en muy pocos años10. Aunque no se trataba de chabolas, la mayor parte de estas viviendas seguían siendo de muy baja calidad y estaban masificadas; según el arquitecto N. M. Rubió i Tudurí, no eran más que una masa de «chabolas a estrenar».11 Además, ni siquiera esta cantidad de construcciones fue suficiente ante la insaciabilidad de la demanda, y siguieron extendiéndose otras formas de vivienda de inferior calidad. El número de chabolas siguió creciendo hasta alcanzar, según una estimación, las 6.000, que albergaban a 30.000 personas, en Barcelona en 1927, y muchas más en los pueblos de los alrededores.12 Dentro de la ciudad, en los barrios más antiguos, se construyeron chabolas virtuales en los tejados, y los pisos se subdividieron hasta el límite. Además, por iniciativa y necesidad de los propios inquilinos, la práctica de acoger subarrendatarios se extendió, en palabras de Rubio i Tuduri, «hasta los límites de su elasticidad», llegando en algunos casos a alojar a siete u ocho familias en un espacio diseñado para una sola.13 En 1927, un observador calculó que en Barcelona vivían unas 100.000 personas como subarrendatarios.14

Mapa 2.2 Barcelona y sus alrededores.

Con esta presión sobre la vivienda, y la falta de controles legales efectivos bajo la Dictadura, el aumento del precio de la vivienda era inevitable. Tras el periodo inflacionista de la guerra, los niveles salariales de la clase obrera se mantuvieron más o menos estables durante los años veinte. Así, en 1930 el salario medio diario de un trabajador manual continuaba en torno a las 10 pesetas, como había sido durante la mayor parte de la década. Del mismo modo, la mayoría de los precios al por menor, tras haber descendido algo desde el máximo alcanzado en el punto álgido de la inflación, se mantuvieron relativamente estables durante este periodo.15 Los alquileres, por el contrario, registraron un incremento de entre el 50 y el 150 por ciento. El Anuari estadístic de Barcelona de 1920 da 20 pesetas como alquiler medio mensual para una familia obrera, y en 1922 Pons Freixa encontró que los alquileres más comunes de las chabolas estaban entre 15 y 20 pesetas.16 En 1931, sin embargo, la Comisión de la CNT que organizó la huelga de alquileres afirmó que el alquiler normal de un piso era de 50 pesetas,17 y esto no parece en absoluto exagerado. Las notas de prensa hablan de alquileres de 50, 60, 66 pesetas o más en barrios obreros, y de 30 pesetas por una chabola prácticamente inhabitable.18 Asimismo, las cifras extraídas de un registro de viviendas vacías realizado por el Ayuntamiento de Barcelona en 1934 muestran que el grupo más numeroso, 3.152, era el de alquileres entre 50 y 150 pesetas mensuales, mientras que por menos de 50 pesetas sólo había 450, menos que en cualquier otro grupo aparte de los pisos de lujo de 200 pesetas o más.19

Todo parece confirmar que se había producido un aumento masivo de los alquileres, a pesar de la validez teórica del Decreto de Arrendamientos de 1920, que sólo autorizaba subidas del 10% por cada quinquenio desde 1914.20 En efecto, se puede comprobar que la vivienda, antes relativamente barata, había pasado a ser un problema importante en un presupuesto obrero; al mismo tiempo, se había producido un aumento considerable de la riqueza relativa de los miembros de la clase media baja con propiedades urbanas, hecho que tenía grandes consecuencias potenciales en las relaciones sociales.

Además, hay que señalar que una situación así daba amplio margen para abusos de todo tipo.Pons Freixa señaló que los alquileres de las chabolas no estaban sujetos a ninguna lógica de mercado, y mucho menos a ninguna norma jurídica, sino que estaban determinados enteramente por «la ambición de los propietarios», ya que la desesperación de los inquilinos les obligaba a aceptar cualquier cosa que se les ofreciera. De ahí que se produjeran anomalías como el hecho de que a menudo se podía pagar más por un «cuchitril infectado» que por una vivienda decente. También se llevaron a cabo desahucios totalmente ilegales, bien por la simple fuerza o con la connivencia de funcionarios locales.21

Se produjeron abusos similares en viviendas más «normales». Por citar sólo un ejemplo, en 1933 otro funcionario de salud pública escribió que en Barcelona unas 20.000 casas o pisos, en los que vivían 100.000 personas, carecían de agua corriente porque los propietarios «avaros» se negaban a conectarla, a pesar de que era obligatorio en el Reglamento Municipal desde 1891, y de que ésta era una de las principales razones por las que la fiebre tifoidea seguía siendo endémica en la ciudad.22 En efecto, parece que gran parte de las viviendas populares de Barcelona funcionaban dentro de una economía sumergida, y que la inoperancia de los controles legales era prácticamente la norma en los barrios populares.

La respuesta que los elementos de la CNT dieron a esta situación debe considerarse en el contexto de la conciencia generalizada en el movimiento de que en los años que precedieron al golpe de Estado de 1923 habían entrado en un callejón sin salida. Por un lado, la CNT había alcanzado el objetivo primordial de cualquier movimiento sindicalista, el de movilizar a una mayoría de la clase obrera, convirtiéndose con mucho en el mayor movimiento de este tipo en el mundo. Sin embargo, el sindicalismo combativo de aquellos años había acabado en una espiral creciente de violencia, en la que siempre estaban en desventaja, mientras que la consecución de aumentos salariales no había traído cambios reales en el nivel de vida, debido a la inflación. Además, muchos militantes eran conscientes de que el movimiento no había sido capaz de superar el contexto puramente laboral y extender su influencia a otros ámbitos de la sociedad. Por el contrario, gran parte incluso de la base sindical de la CNT había quedado reducida al nivel de espectadores pasivos, ya que la organización se había enzarzado en una lucha desesperada y agotadora en la que sólo participaban los militantes más entregados contra la policía y los pistoleros de la derecha, y su fuerza se había ido marchitando. Por heroica que fuera, los resultados de tal lucha, tanto en términos puramente prácticos como para la construcción de un movimiento social genuinamente participativo, se consideraban sencillamente desproporcionados al prodigioso esfuerzo que suponía. Los años veinte fueron años de intensos debates entre todos los sectores de la CNT, que luchaban por remediar las evidentes debilidades del movimiento.

Un aspecto de estos debates, el más conocido, fue la disputa en muchos sentidos puramente teórica entre, a grandes rasgos, las alas «sindicalista» y «anarquista radical» de la CNT, ya que cada una de ellas se esforzaba por dar una orientación particular a la organización o, más exactamente, por impedir que fuera controlada por otras tendencias que consideraban desviaciones perjudiciales. Otra, sin embargo, era la preocupación, observada entre los militantes de todas las tendencias principales, de encontrar nuevos métodos, más amplios que los del conflicto industrial directo, que, dentro de su estructura libertaria, aumentaran la eficacia del movimiento, su implantación en la sociedad y su resistencia ante la represión. Esta preocupación condujo a un amplio debate sobre la naturaleza de uno de los principios básicos de la CNT, el de la acción directa, y sobre la necesidad de extender su práctica para que el movimiento obrero se convirtiera en un auténtico sistema alternativo de organización social capaz de abordar de forma independiente todo tipo de problemas sociales. Una carta abierta enviada por varios anarquistas radicales presos en la cárcel de Barcelona en 1925 hablaba de la necesidad de que las ideas anarquistas abandonaran las «abstracciones del pensamiento» y adquirieran una forma práctica inmediata en la agitación del movimiento.23 Desde otra ala de la CNT, el destacado sindicalista Joan Peiró criticó la excesiva dependencia de la organización de las huelgas industriales e instó a que se establecieran «comités de distrito» para organizar la acción en torno a cualquier asunto que preocupara a la clase obrera, no sólo las cuestiones laborales, de modo que la acción directa pudiera convertirse en «acción de masas» y en una forma universal de agitación y organización social.24

En términos prácticos, esta preocupación se reflejaba en la creencia de que el movimiento debía intentar dar respuesta a todos los problemas urgentes de la clase obrera, de los cuales, según la opinión general, la vivienda era uno de los más acuciantes. Esta actitud se manifestó poco después de que el gobierno Berenguer, nombrado tras la caída de Primo de Rivera en enero de 1930, permitiera la reaparición de la CNT. Poco después de la reaparición del periódico de la CNT de Barcelona, Solidaridad obrera, en septiembre del mismo año, un artículo anunciaba una próxima campaña sobre los alquileres. El desequilibrio entre
El desequilibrio entre los ingresos y lo indispensable para vivir, decía, era insoportable, y en esto el factor principal era el de los alquileres, que habían alcanzado niveles intolerables. Sin embargo, a pesar de ello, apenas se hablaba del tema, y era necesario exponerlo, porque no había otra cuestión que pudiera interesar tanto a tantas familias, incluidas muchas de la clase media baja, funcionarios, etc., que normalmente se oponían a la organización obrera. Para defender tanto a los trabajadores como al pueblo en general, el periódico iba a lanzar una campaña de denuncia de los abusos en materia de vivienda.25 Sin embargo, poco después fue prohibido temporalmente y esta campaña no llegó a materializarse. No obstante, en los meses siguientes hubo más indicios de esta preocupación. Así, en enero de 1931 otro artículo decía, refiriéndose a las prácticas establecidas del movimiento obrero, que «hemos intentado levantar diques contra la explotación de los productores, pero nos hemos olvidado casi por completo de combatir la explotación en el terreno del consumo». Describía a continuación cómo la construcción y la propiedad producían beneficios muy superiores a los de la industria, y cómo los alquileres consumían un tercio de los ingresos.

Creemos», decía, que aquí hay un magnífico campo de acción; grandes masas de la población, indiferentes a las luchas llevadas a cabo por los sindicatos y a menudo enemigas de las reivindicaciones sindicales cuando éstas se hacen sentir a través de huelgas prolongadas, comprenderían acciones de este tipo y unirían su voz de protesta a la nuestra26.

A principios de 1931 ya había movimientos locales de inquilinos en algunos barrios de Barcelona. El movimiento general de protesta, sin embargo, surgió de una reunión del Sindicato de la Construcción de la CNT el 12 de abril de 1931, el mismo día de las elecciones municipales que traerían la República. Allí, Arturo Parera, obrero de la construcción y anarquista radical, propuso la creación de la «Comisión de Defensa Económica del Sindicato de la Construcción», que estudiaría «el gasto que corresponde a cada obrero por el salario ganado. Por ejemplo: en la cuestión de los alquileres, no se pagará más que lo que tenga relación con los ingresos de la familia en cuestión». La Comisión se creó con la condición de que pudiera ampliarse para incluir a los demás sindicatos y tratar otros problemas además de los alquileres. Entre sus primeros miembros estaban Parera y Santiago Bilbao, que serían las «figuras» más visibles de este movimiento.27

Inmediatamente después llegó la proclamación de la República, algo que pilló por sorpresa a la mayor parte de la CNT y a muchos de los propios republicanos. Aquí es necesario señalar que la República, tras cincuenta años de agitación en los que siempre había significado la oposición al régimen dominante, despertó entre las clases trabajadoras y medias bajas expectativas tan amplias como poco definidas, y fue general la suposición de que, aunque no fuera un régimen de total equidad, al menos pondría fin a la represión y permitiría la libre expresión de los descontentos populares. Además, estas expectativas habían sido alentadas al máximo durante los meses anteriores por los políticos republicanos, y por nadie más que por la Izquierda Republicana Catalana, Esquerra Republicana, vencedora absoluta de las elecciones en Cataluña, cuyos propagandistas habían presentado una perspectiva de cambio radical tras un cambio de régimen.28 En una sociedad tradicionalmente muy autoritaria, algo que no había hecho sino acentuarse tras siete años de Dictadura, la aparente ruptura de la estructura de autoridad produjo un estallido general de los resentimientos sociales acumulados. Para los sindicatos, esto supuso una intensificación masiva de sus actividades. En sólo un mes, mayo de 1931, 105.000 nuevos afiliados ingresaron en la región catalana de la CNT,29 y, el 28 de mayo, Solidaridad obrera afirmaba que «los sindicatos han sido tomados al asalto por los obreros», que buscaban soluciones inmediatas a sus problemas.30 Comenzó una oleada de huelgas que, aumentando continuamente de intensidad, desbordaban las estructuras sindicales y escapaban al control de los comités sindicales. La campaña de los alquileres se desarrollaría en este ambiente de agitación generalizada, y la represión que atrajo también formaba parte de la «restauración de la autoridad» general, frase que se convertiría en un auténtico fetiche para las clases respetables y la prensa de la época.

La Comisión de Defensa Económica del Sindicato de la Construcción presentó por primera vez al público su reivindicación básica, una reducción del 40% de los alquileres, en la multitudinaria reunión de la CNT celebrada el 1 de mayo. Sin embargo, el verdadero lanzamiento de la campaña se produjo en tres artículos que aparecieron en Solidaridad obrera los días 12, 13 y 15 de mayo.

El anuncio de la campaña, decía el primer artículo, había despertado una gran expectación entre la clase obrera, pero existía una gran confusión sobre lo que se proponían exactamente. Había, prosigue, un deseo general de mejoras materiales inmediatas que, aunque totalmente comprensible, puede hacer que la gente actúe de forma irreflexiva e improductiva. Era necesario encontrar un medio de organizar la acción para garantizar estas necesidades inmediatas que estuviera en consonancia con los principios y la organización de la CNT y que permitiera al pueblo resolver, eficazmente y por sus propios medios, sus problemas más urgentes, que eran, a juicio de la Comisión, el desempleo, el coste de la vivienda y el coste de los alimentos.

En cuanto al desempleo, propusieron -y hay que recordar que todavía se referían principalmente a los gremios de la construcción- que en un día acordado los desempleados entraran en las obras y fábricas y exigieran la contratación de un 15% más de trabajadores. Se dejó claro que no se trataría de un mero acto de protesta o de provocación revolucionaria, sino que estaría realmente concebido para alcanzar su objetivo declarado y obligar a los contratistas a poner en circulación el capital que tenían ocioso, aumentando así la demanda y reactivando la economía. Esto no supondría ninguna ruptura fundamental con el sistema capitalista, si los recién llegados al poder estuvieran dispuestos a actuar con energía y buena voluntad.

Sobre los alquileres, la Comisión presentó los fundamentos de su demanda de una reducción del 40%, explicando cómo los propietarios se habían aprovechado de la crisis inmobiliaria para aumentar su rendimiento del capital hasta, según ellos, entre el 8% y el 16%, y cómo una de las principales causas del estancamiento económico español era la elevada proporción de capital retenido en sectores no productivos como el inmobiliario. En cuanto a los precios de los alimentos, propusieron la formación de grupos de defensa locales, a través de los cuales la clase obrera podría controlar los precios directamente, imponiendo precios razonables y desenmascarando a los especuladores.
Consiguiendo estas reivindicaciones mínimas, la gente mejoraría su propia situación al mismo tiempo que aprendía a organizarse mediante la práctica real de la acción directa, hasta que fuera capaz de llevar a cabo el esperado «cambio total». Esto llegaría «cuando comprendamos que estamos en condiciones de asumir esta responsabilidad». Es decir, se aceptaba implícitamente que una revolución no era inmediatamente practicable. Lo importante, sin embargo, es que la gente se acostumbre a autoorganizarse y a resolver sus propios problemas. Aunque esto produciría necesariamente conflictos, éstos no tenían por qué causar problemas insuperables con la República, si ésta era realmente un régimen liberal. La Comisión decía que «propondremos sin exageraciones medidas razonables para resolver adecuadamente cuantos asuntos haya en que los sufrimientos del pueblo exijan soluciones rápidas», y que sería una «locura» que el capitalismo o el Estado se mostraran intransigentes ante estas exigencias.31

Podría alegarse que esta aparente creencia en las posibilidades del régimen republicano no era más que una manipulación por parte de algunos anarquistas radicales -tanto Bilbao como Parera eran miembros destacados de la FAI- que buscaban conflictos con el objeto de provocar incidentes violentos y acciones insurreccionales. Esto habría sido peculiarmente maquiavélico, dado el esfuerzo invertido en la campaña, y no fue en absoluto la actitud de los que participaron en ella desde la base.

Además, si un destacado activista radical, Juan García Oliver, ha escrito que desde el primer momento se buscó provocar el mayor número posible de incidentes violentos para desestabilizar la República,32 hay pocos indicios de que ésta fuera una opinión mayoritaria. Muchos anarquistas radicales, entre ellos figuras tan influyentes como la familia Urales, consideraban que el movimiento no estaba en condiciones de emprender ninguna iniciativa a gran escala, y que su prioridad inmediata era fortalecerse y expandirse. Del mismo modo, también parecen haber compartido la expectativa de que la República al menos daría a la CNT espacio suficiente para permitir que esto se llevara a cabo.33

En sus artículos de mayo, la Comisión Sindical de la Construcción también decía que estaban en contacto con los demás sindicatos de la CNT con el fin de convertirse en un órgano representativo de toda la organización local, y pedía que los simpatizantes de la campaña inscribieran sus nombres en un registro, para saber con cuántas personas podían contar. No era necesario ser miembro de la CNT. Este proceso de organización duraría mucho tiempo, demasiado para la Comisión, pero sin embargo lo excusaron en virtud del abrumador trabajo de reconstrucción que en aquel momento soportaban todos los comités sindicales. Este trabajo se vería aligerado, decían, precisamente por la creación definitiva de la Comisión, ya que ésta podría encargarse de las cuestiones materiales más inmediatas y dejar a los comités sus tareas más estrictamente administrativas. Así, entre otras cosas, contribuiría a remediar el creciente desorden en la organización de la CNT.34 De nuevo, la actitud mostrada por la Comisión contrasta aquí con una imagen comúnmente presentada de los anarquistas radicales de la CNT como despreocupados por los problemas organizativos.

Mientras tanto, la resistencia a los terratenientes había comenzado de forma espontánea. El 4 de mayo, un grupo de trabajadores reinstaló a una familia en paro desahuciada de una casa en la zona sur de Barcelona. Solidaridad Obrera aplaudió esta «generosa acción». El 23 de junio, en Hospitalet, cuando los vecinos reinstalaron a otra familia desahuciada, su acción fue «muy comentada» en el distrito.35 El número de incidentes similares aumentaría en las semanas siguientes.

La campaña activa de la Comisión de Defensa Económica, sin embargo, comenzó con una serie de reuniones celebradas en todos los barrios obreros de Barcelona y las ciudades de los alrededores a finales de junio y principios de julio. En el barrio de la Barceloneta, cerca de los muelles, por ejemplo, el 1 de julio, unas 1.500 personas escucharon a varios oradores acusar a propietarios y comerciantes de robar sistemáticamente al pueblo, con la complicidad de las autoridades. Según Solidaridad Obrera, entre los asistentes predominaban las mujeres.36 En este sentido, es interesante señalar que, dado que en Cataluña existía una fuerte tradición de que los trabajadores entregaran el salario íntegro a sus esposas, el pago de los alquileres era, por lo general, responsabilidad de las mujeres y, de hecho, en todos los incidentes relacionados con esta campaña las mujeres desempeñaron un papel muy destacado.

Esta serie de reuniones culminó en un mitin masivo celebrado el 5 de julio en el Palacio de Bellas Artes, en el que se aceptaron como base de la campaña las siguientes reivindicaciones

  • – que el equivalente a un mes más de alquiler exigido por los caseros a los nuevos inquilinos como garantía se tomara como alquiler, de modo que no se pagara más durante el mes de julio;
  • – que, a partir de entonces, el alquiler sólo se pague con una reducción del 40%;
  • – que los parados no tengan que pagar alquiler.

También se acordó que, si los propietarios se negaban a aceptar el alquiler reducido, los inquilinos debían declararse en huelga de alquiler y no pagar nada, siempre dejando claro que lo hacían como parte de la campaña general. Al mismo tiempo, también se decidió que la acción sobre los precios de los alimentos debía dejarse para después de que se hubiera resuelto la cuestión de los alquileres, mientras que el desempleo sería mejor tratado por los sindicatos individuales. Así pues, el trabajo de la Comisión se concentró por completo en la campaña de los alquileres.37 Sus reivindicaciones se dieron a conocer rápidamente a través de octavillas distribuidas en los barrios obreros, y es evidente que la respuesta fue inmediata y generalizada.

Esto provocó una reacción igualmente inmediata de la principal organización de propietarios, la Cámara de la Propiedad Urbana. Primero, el 15 de julio, denunciaron la aparición de los panfletos de la Comisión, diciendo que no podían creer que la CNT fuera responsable de algo así, que causaría alarma y perjudicaría la consolidación de la República. El día 16 el Presidente de la Cámara de Barcelona, Joan Pich i Pon, visitó al Gobernador Civil, responsable designado para la administración de la policía, para informarle de la preocupación existente y solicitar el apoyo de la autoridad.38 El día 20 se celebró una asamblea de todas las Cámaras de Cataluña, en la que es evidente que el ambiente general era de gran preocupación y a la vez de extrema agresividad. La sala tuvo que ser modificada para admitir la «asistencia extraordinaria», sobre todo de pequeños propietarios.

Pich y los demás oradores insistieron mucho en los sufrimientos de los pequeños propietarios, diciendo que ya estaban agobiados por los impuestos, que eran trabajadores que habían ahorrado un pequeño capital con años de trabajo, y que en una República debían estar protegidos por la ley.

Sólo los tribunales, declararon, podían ordenar reducciones de los alquileres. Se propuso pedir al Gobernador Civil que no permitiera ningún acto de propaganda de la campaña, por ser «contraria a todo orden social, legal y jurídico», y al final de la reunión se acordó crear un comité permanente para llevar a cabo cuantas acciones fueran necesarias para la defensa de la propiedad. Además, Pich i Pon y una delegación irían a Madrid a buscar el apoyo del gobierno central.39

Ya en esta asamblea se puede ver lo que iba a ser la característica principal de la reacción tanto de los terratenientes como de las autoridades. En ningún momento se intentó considerar el asunto como un problema social y económico para el que hubiera que buscar soluciones, sino que se vio como una campaña de delincuencia, una violación de los derechos de propiedad y, por tanto, un problema esencialmente policial. El 30 de julio, el Comité de la Cámara solicitó no sólo la prohibición de toda propaganda a favor de la huelga de alquileres, sino también que se detuviera a los responsables, como lo serían «todos aquellos que celebren reuniones públicas o privadas para ponerse de acuerdo con el objeto de cometer un delito de cualquier clase».40 No hubo, por tanto, ningún intento de negociación, sino sólo una determinación inamovible de restablecer la disciplina social. Más adelante en la campaña, la Comisión de Defensa Económica propuso una solución negociada, pero fue ignorada41.

En las semanas anteriores, las tensiones sociales se habían intensificado en toda España. El 6 de julio había comenzado la huelga nacional de teléfonos, el primer gran enfrentamiento entre la CNT y el gobierno republicano. Se multiplicaron los enfrentamientos entre militantes sindicales y la policía, y el gobierno volvió a la vieja práctica de detener a los huelguistas únicamente por «orden gubernativa», sin proceso judicial, sentencia fija ni derecho de apelación. Ésta había sido siempre considerada una de las prácticas más opresivas de la Monarquía, cuya desaparición, según se había asegurado fehacientemente, se produciría inmediatamente tras el cambio de régimen, y su resurgimiento tuvo un profundo impacto entre la clase obrera. El día 20, en protesta por el fusilamiento de un huelguista por la policía, se declaró en Sevilla una huelga general, que acabó con considerable violencia, y Miguel Maura, ministro de la Gobernación, hablaba ya de la necesidad de prohibir la CNT42.

De ahí que los representantes de la Cámara de la Propiedad de Barcelona encontraran un ambiente receptivo en Madrid. Largo Caballero, ministro socialista de Trabajo, dijo que consideraba «absurda» la campaña de los alquileres43 , y Maura y Fernando de los Ríos, ministro de Justicia, prometieron a Pich que darían instrucciones para facilitar la rápida tramitación y ejecución de los desahucios de los huelguistas de alquiler44 .

Mientras tanto, en Barcelona, el 22 de julio explotó una bomba en una línea telefónica subterránea en el centro de la ciudad, sin causar muertos ni heridos, pero sí daños considerables. Aunque la responsabilidad de la bomba no estaba nada clara, se atribuyó inmediatamente a los huelguistas telefónicos. Ese mismo día el Gobernador Civil, Carlos Esplá, prohibió todas las reuniones del sindicato telefónico. Al mismo tiempo, sin embargo, prohibió también un mitin de la Comisión de Defensa Económica, aunque no se dijo nada que explicara qué relación tenían con la bomba. El día 27, el fiscal local inició acciones legales contra los folletos de la Comisión, por considerarlos «propaganda sediciosa». En efecto, a partir de ese momento no se permitió a la Comisión ninguna propaganda pública fuera de la prensa, por lo que buena parte de las peticiones de la Cámara de la Propiedad fueron satisfechas casi de inmediato.45

La Comisión, sin embargo, respondió instando a los huelguistas de alquileres a no desanimarse ni dejarse intimidar por las amenazas de desahucio, ya que, según decían, habían recibido mucho más apoyo del que esperaban, y si eran suficientes podrían inundar los tribunales46.

Es muy difícil calcular el número de personas que participaron en la huelga de alquileres. Debido a la destrucción de los registros españoles que se produjo durante la Guerra Civil hay muy poca documentación disponible. Los Juzgados Municipales, responsables de los desahucios, no tienen ningún registro de la época, y los archivos de la Cámara de la Propiedad Urbana fueron destruidos por los revolucionarios en 1936, algo en sí mismo significativo. La Comisión dijo que en julio había 45.000 y en agosto más de 100.000 huelguistas del alquiler.47 Incluso si se considera que esta cifra es exagerada y se reduce a la mitad, sigue siendo un gran número en una ciudad de poco más de un millón de habitantes.

La reacción extrema de los propietarios y las autoridades, y los recuerdos de los participantes, sugieren que estuvo muy extendida. Un militante de la CNT, que entonces vivía en el barrio del Clot de Barcelona, recuerda que la respuesta «no pudo ser más unánime», ya que el objetivo era fácilmente comprensible para todos. Según otro, de Hospitalet, en un momento dado «una gran mayoría» dejó de pagar.48 La Comisión señaló que la huelga no exigía los terribles sacrificios de las huelgas industriales, sino que daba a la gente un beneficio inmediato. Como escribió Bilbao más adelante en la campaña, aunque no consiguieran nada más, al no pagar el alquiler durante cuatro meses los huelguistas se habrían ahorrado 12 millones de pesetas.49 De ahí que la huelga pudiera ganar fuerza con el tiempo, en lugar de agotarse.

De los incidentes mencionados en la prensa se desprende que las zonas donde la huelga fue más fuerte fueron los barrios obreros periféricos de Barcelona y los de las ciudades vecinas, especialmente Sants, Poble Nou y Clot en Barcelona, La Torrassa en Hospitalet y Santa Coloma. Sin embargo, en todos los barrios obreros de Barcelona había huelguistas de alquiler, mientras que algunos pueblos más alejados de la ciudad también crearon sus propias Comisiones de Defensa Económica.50 Al estar prohibidas las reuniones masivas, la comunicación entre los huelguistas se mantuvo a nivel de distrito. La Comisión tenía comités locales en muchos distritos, y se hizo saber que se podía acudir a los locales de los sindicatos y a los clubes libertarios para encontrar gente que ayudara a resistir los desahucios. A menudo, sin embargo, esto no era realmente necesario: ‘Cuando iba a ocurrir algo, lo sabíamos de boca en boca. … Todos los niños solían ir», recuerda una mujer.51 La resistencia se basaba en un fuerte sentimiento de solidaridad comunitaria. La Comisión recomendó que la gente insultara y protestara contra los trabajadores que llevaban a cabo los desahucios, y el 26 de agosto una multitud estuvo a punto de linchar a dos hombres que habían obedecido las órdenes de un juez de ayudar a desalojar una casa en Hospitalet.52 También se recordó a la gente que «no abandonara a los desahuciados».Según el militante de la CNT Severino Campos, en los casos en los que no se podía reinstalar a los inquilinos, la Comisión se encargaba de buscarles otro alojamiento.53 En este punto hay que recordar que ya era tradicional entre los militantes de la CNT acoger a otras personas que por una u otra razón necesitaban alojamiento.

Con esta base popular, el movimiento resultó extremadamente difícil de reprimir. Mientras tanto, el número de incidentes en los desahucios iba en aumento. Además, incluso cuando los desalojos se llevaban a cabo sin problemas, las autoridades no disponían de fuerzas suficientes para montar una guardia permanente en cada casa vacía, por lo que no había nada que impidiera que los inquilinos fueran reinstalados posteriormente.54

A partir de finales de julio no se ve en la política oficial hacia la huelga más que un despliegue cada vez mayor de medidas represivas. El 30 de julio los Guardias de Asalto, la nueva policía republicana, intervinieron por primera vez en un desahucio.55 Esta política represiva se endureció sobre todo tras el nombramiento como Gobernador Civil de un abogado conservador, Oriol Anguera de Sojo, el 3 de agosto. Anguera hizo saber que consideraba la campaña sencillamente ilegal y que no la toleraría. El 17 de agosto, Santiago Bilbao fue detenido por orden gubernativa, y permanecerá encarcelado hasta bien entrado 1932.La justificación aducida fue que había ridiculizado a la autoridad al hablar de la huelga de alquileres en una reunión del sindicato textil, eludiendo así la prohibición de las reuniones de la propia Comisión56.

Al mismo tiempo, la Cámara de la Propiedad Urbana asumió un papel cada vez más directo. Su Comité estaba continuamente en contacto con las autoridades, y sobre todo con el Gobernador Civil, que les prometía que se les prestaría toda la ayuda necesaria en los desahucios. En varias ocasiones la Cámara solicitaba y obtenía protección policial incluso en casos en los que los Juzgados Municipales no lo hacían, y en octubre establecía su propio servicio de hombres y camiones para realizar ellos mismos los desahucios, ya que los empleados municipales a los que correspondía realizarlos a menudo no lo hacían por sentirse intimidados o por ser ellos mismos sindicalistas.57

La Comisión de Defensa, por su parte, parecía bastante sorprendida por la ferocidad de la reacción que había provocado, reafirmando el carácter realista de sus reivindicaciones e indicando una voluntad de negociación que contrastaba fuertemente con la intransigencia de los propietarios y las autoridades. Habían querido, decían, conseguir «el máximo beneficio con el mínimo esfuerzo» y corregir los abusos de la Dictadura, pero sólo se les trató como «alborotadores».58 Como señalaron repetidamente, eran un comité de la CNT, una organización legal. A partir de principios de agosto, la Comisión publicó una serie de revelaciones sobre los fraudes fiscales cometidos por los propietarios, que, según ellos, declaraban habitualmente en impuestos sólo la mitad o menos de sus alquileres reales, que podían así aumentar totalmente al margen de cualquier control legal. Imaginaban que en la República la ley sería igual para todos, pero se encontraron con que, mientras a los propietarios se les permitía estafar tanto a sus inquilinos como al Estado, a ellos se les tachaba de delincuentes por el mero hecho de protestar59.

Naturalmente, la Cámara de la Propiedad Urbana negó todas estas acusaciones. Sin embargo, en la sección administrativa del informe anual de la propia Cámara correspondiente a 1932 hay un punto que, en efecto, confirma ampliamente las acusaciones de los huelguistas de alquiler. En este apartado, un documento interno que trataba de la recaudación de las cuotas de los socios de la propia Cámara, se afirma que una mayoría real de arrendadores hacía declaraciones falsas de sus propiedades a las autoridades fiscales y censales y a la propia Cámara, que daban identidades falsas e intentaban ocultar sus propias direcciones, que era «casi imposible» saber cuántas propiedades tenía cada arrendador y que la información de la mayoría de los contratos de alquiler (arrendamientos) también era falsa.60 Una vez más, pues, la evasión de los controles legales y fiscales parece haber sido prácticamente una práctica habitual entre los arrendadores.
A finales de agosto, la tensión entre la CNT y las autoridades republicanas de Barcelona alcanza su punto álgido, centrada, sobre todo, en la emotiva cuestión de los presos por orden gubernamental.

En esta situación, de vital importancia para las futuras relaciones entre la CNT y el régimen, la huelga de alquileres parece haber sido particularmente importante. En Solidaridad obrera se afirmaba entonces que Anguera de Sojo había dicho que estaba dispuesto a liberar a todos los presos «gubernativos» menos a Bilbao, algo que también mantiene hoy Severino Campos.61 Además, en una declaración posterior en la que justificaba su línea dura, Anguera de Sojo mencionaba específicamente tres cosas que no creía que se pudieran tolerar: el uso de la coacción contra la libertad de trabajo, «campañas violentas» como «la ofensiva para que los inquilinos dejen de pagar el alquiler», y la circulación de octavillas no autorizadas.62 A finales de agosto, los cincuenta y tres miembros de la CNT de la prisión de Barcelona se declararon en huelga de hambre para exigir la liberación de los detenidos sin juicio.63 Esto provocó un motín en la prisión, el 2 de septiembre, y fuera estalló una huelga general en protesta por el trato a los presos. En el ambiente de tensión reinante, acabó en violencia. Posteriormente, se impusieron restricciones aún más estrictas a las actividades de la CNT y se practicaron más de trescientas detenciones.Estos nuevos presos, prácticamente todos detenidos por orden gubernamental, iban a constituir, tanto como cualquier posición ideológica fija, un obstáculo casi insuperable para cualquier reconciliación entre la CNT y el régimen.
Dentro de la línea dura oficial general, la represión del movimiento de inquilinos también se endureció tras la huelga de septiembre. Federica Montseny afirmó en El luchador que los activistas implicados en la campaña de alquileres eran detenidos con cualquier tipo de pretexto.64

Se proporcionó más protección policial en los desahucios, y la policía empezó a romper o confiscar las pertenencias de los desalojados para evitar nuevas reocupaciones.65 Además, el 2 de octubre empezaron a operar los camiones de la propia Cámara de la Propiedad. Por último, Anguera de Sojo exigió a la Federación Local de la CNT los nombres de la Comisión de Defensa y, cuando ésta se negó a cooperar, le impuso una fuerte multa.66 A partir de ese día, el 12 de octubre, la Comisión ya no pudo ni publicar declaraciones en la prensa y pasó a la clandestinidad.

Aun así, la huelga continuó, ya que la resistencia también se había endurecido. En una carta dirigida al Ministro del Interior el 17 de octubre, la Cámara de la Propiedad Urbana denuncia la existencia de un «estado de anarquía» en los «barrios periféricos» de Barcelona.En otra carta del mismo día, dirigida al Gobernador Civil, describían un incidente ocurrido unos días antes cuando, a pesar de la presencia de los Guardias de Asalto, que estaban allí a petición de la Cámara, «una multitud… de mujeres embarazadas y niños» había impedido que se llevara a cabo un desalojo. El oficial al mando de los Guardias se había negado a atacar a las mujeres, y la Sala señaló al Gobernador la gravedad de la situación para el «principio de autoridad y la necesidad de mantener el orden» si se podía ridiculizar la ley de esta manera.68 Sin embargo, esta invulnerabilidad de las mujeres no duraría. Para llevar a cabo un desalojo en Poble Nou el 21 de octubre se enviaron ochenta Guardias de Asalto, que cerraron la calle, y cuando empezó a formarse una manifestación de mujeres, los Guardias cargaron. El desalojo se consumó.69

Sin embargo, lo que realmente parece haber roto la huelga fue la práctica de detener a los inquilinos que volvían a sus casas después de haber sido desalojados, incluso cuando alegaban no ser responsables de su propia reinstalación. Los inquilinos eran fáciles de localizar y, una vez que quedó claro que las autoridades estaban realmente dispuestas a detenerlos en un número significativo, la moral parece haber decaído. El nivel de resistencia activa descendió notablemente en noviembre.Además, es posible que algunos inquilinos abandonaran la huelga por la esperanza de que el nuevo Decreto de alquileres, de diciembre de 1931, les permitiera obtener reparación por vía judicial, expectativa que resultaría ilusoria.70 La Cámara de la Propiedad, en cualquier caso, se sintió capaz de felicitarse en diciembre de que la rebeldía estaba «prácticamente terminada».71

Sin embargo, la huelga nunca terminó del todo en muchos barrios, sino que continuó de forma más o menos soterrada, ya que el impago de los alquileres, que en ocasiones desembocaba en incidentes violentos, sería endémico en muchas zonas y una fuente crónica de conflictos durante todo el periodo republicano. Este fue particularmente el caso de La Torrassa en Hospitalet, y de las «Casas Baratas» municipales, ambos importantes centros de influencia anarquista radical.72 La huelga tampoco fue un fracaso total en otros lugares, ya que muchos propietarios, incapaces de continuar sin recibir ningún ingreso, habían llegado a acuerdos por separado con sus inquilinos, concediéndoles una reducción o al menos eliminando los atrasos acumulados durante la huelga.73 Como resultado, muchos inquilinos sintieron que al menos habían ganado una victoria moral.La Cámara de la Propiedad Urbana, por su parte, no se sintió capaz de relajar su vigilancia y a finales de año anunció que, para aprovechar la información adquirida durante la huelga, había elaborado un registro de inquilinos desahuciados, que todos los propietarios deberían consultar antes de alquilar una vivienda. El registro se mantendría actualizado, ya que se había conseguido la colaboración de los Juzgados Municipales, que enviarían los detalles de cualquier nuevo caso de desahucio.74

El historiador anarquista Abel Paz cree que la movilización popular iniciada en la huelga de alquileres sirvió de base para muchas campañas anarquistas posteriores.75 Otros testigos también recuerdan la huelga como la iniciación en el movimiento anarquista de mucha gente, sobre todo entre los jóvenes, que jugarían un papel importante en los conflictos de los años siguientes.76 En conjunto, presenta una imagen del anarquismo radical mucho más compleja que la convencional de «golpismo» irreflexivo. Por el contrario, aparece aquí como un movimiento que, además de poseer una ideología revolucionaria, también era capaz de movilizar la acción en torno a objetivos firmemente arraigados en la vida y las condiciones de la clase obrera. También se llevó a cabo una agitación similar, por ejemplo, contra la supresión del comercio ambulante, un complemento esencial de sus ingresos para muchos de la clase obrera más pobre, y contra los precios del gas. Fue esta capacidad de identificar y expresar periódicamente necesidades y sentimientos ampliamente sentidos lo que, junto con su fuerte presencia a nivel comunitario, constituyó la base de la fuerza del anarquismo radical, y le permitió construir una base masiva de apoyo. Del mismo modo, se puede ver que este tipo de agitación no fue simplemente el resultado de un resabio de ideas y actitudes rurales, sino que surgió de un esfuerzo precisamente para responder, desde la posición de la clase obrera más pobre, a los problemas experimentados en la ciudad, y específicamente a los creados por la urbanización intensiva e incontrolada del tipo que había tenido lugar en Barcelona. Asimismo, la «acción directa» no aparece como una propuesta ideológica abstracta, sino como una forma de acción totalmente práctica para sectores de la clase trabajadora con necesidades urgentes y pocas esperanzas de obtener satisfacción por otros medios.

La forma en que se llevó a cabo esta campaña concreta también contrasta con la imagen establecida. Sin duda, entre los diferentes grupos en los que se dividía incluso el ala radical de la CNT, había muchos más preocupados por una concepción más abstracta del anarquismo.No obstante, los protagonistas de la campaña de la renta, que también eran, como se ha dicho, miembros destacados de la FAI, revelaron una clara conciencia de la situación social, una agilidad y flexibilidad tácticas considerables y una voluntad de utilizar vías legales, como la denuncia del fraude fiscal, cuando parecía que podían tener efectos prácticos. Frente a la oposición convencional entre reformismo y revolución, parecen haber planteado, en efecto, una tercera alternativa, tratando de obtener mejoras prácticas inmediatas mediante el desarrollo real, en la práctica, de formas autónomas y libertarias de autoorganización, de tal manera que, se esperaba, estarían más allá del poder de las estructuras del Estado para recuperarlas.

El impacto de la campaña por el alquiler fue tanto mayor cuanto que la creencia en la justicia esencial de sus reivindicaciones era ampliamente compartida. La República se veía generalmente como una oportunidad histórica para rectificar las injusticias acumuladas durante mucho tiempo bajo un régimen reaccionario, y en particular para corregir los abusos de la Dictadura, una impresión que había sido plenamente alentada por los políticos republicanos. Dadas estas expectativas, no fue sorprendente que la transición a un nuevo régimen fuera acompañada de una oleada de huelgas y otras agitaciones, sin gran necesidad de provocación por parte de agitadores ideológicos.En Barcelona, se reconocía ampliamente que el estado de explotación del mercado de la vivienda era uno de los abusos más escandalosos de los últimos años y, de hecho, miembros de la izquierda republicana catalana habían sugerido específicamente que se actuaría en este ámbito rápidamente tras un cambio de régimen.77 En la campaña del alquiler, por lo tanto, los militantes anarquistas no se estaban organizando en torno a reivindicaciones revolucionarias, sino en torno a las expectativas asociadas a la propia República, y entre una población que en muchos casos no tenía previamente ninguna actitud fija de oposición al régimen.

Las autoridades republicanas, sin embargo, se mostraron inflexibles una vez planteadas estas reivindicaciones. Evidentemente, muchos inquilinos esperaban alguna intervención a su favor por parte de la izquierda republicana catalana. Sin embargo, entre el confuso bagaje ideológico incluso de los elementos más reformistas del partido había una notable reticencia a imponer restricciones reales a la propiedad de la clase media-baja; lo que es más importante, entre la base de clase media-baja del partido había muchos que eran a su vez importantes beneficiarios del boom de la construcción de los años anteriores. Así pues, la vaga promesa de un reformismo interclasista se desmoronó rápidamente cuando empezaron a aflorar las contradicciones acumuladas en el desarrollo de la ciudad.Si los políticos electos prevaricaron, el sistema judicial y policial del Estado, en cambio, dirigido de forma totalmente tradicional, demostró poseer un poder social efectivo mucho mayor. Era una crítica liberal tradicional a la maquinaria estatal española bajo la Monarquía que se mostrara excesivamente servil a los grupos de interés oligárquicos, respondiendo simplemente a sus deseos en lugar de desarrollar una política independiente. En la situación creada por la huelga de alquileres de Barcelona, la administración del Estado, sobre todo a nivel local, puede verse que funcionó de manera esencialmente similar, consistiendo su política en poco más que poner sus fuerzas a disposición de una organización empresarial, la Cámara de la Propiedad Urbana, para restaurar la disciplina social.

Hay que recordar que el statu quo de la vivienda en Barcelona era de una ilegalidad generalizada y casi institucionalizada, en la que la ley como sistema de regulación de las relaciones de propiedad era a menudo totalmente ineficaz, hecho, por otra parte, que no era ningún secreto sino que era frecuentemente denunciado por muchos sectores bien a la derecha de la CNT.78 Al insistir, en nombre de la legalidad, en la prioridad absoluta de la disciplina social, las autoridades estatales defendían, pues, esta situación y permitían que continuara.Los que se implicaron en la huelga de alquileres y en campañas similares respondieron a la realidad de esta situación, más que al ostensible legalismo del régimen republicano. La frustración de las esperanzas iniciales de cambio, y la rápida vuelta del régimen a los métodos represivos tradicionales, minaron fatalmente la posición de aquellos que, dentro de la CNT, eran partidarios de un acercamiento entre el sindicato y la República y, por el contrario, elevaron la posición de los militantes radicales, a los que se identificaba, entre otras cosas, por negarse a transigir en la defensa de intereses en todo tan concretos como los defendidos por agrupaciones más «moderadas». Esta situación proporcionó así el marco natural para una rápida radicalización de la clase obrera más pobre. A su vez, esto estableció una base social para el crecimiento en prestigio de un anarquismo más definidamente revolucionario, encontrado entre sectores de la clase obrera que entraron en conflicto con las instituciones de la República no por razones puramente ideológicas, sino por causas muy prácticas basadas en la incapacidad de estas instituciones para proporcionar soluciones constructivas a los problemas creados por el rápido desarrollo económico de los años precedentes.

Notas y referencias

1 ‘Mindless revolutionism’, Raymond Carr, Spain 1808–1975 (Oxford, 1982), p. 624. This basic image, albeit with differences of detail, is found in all the standard works in English, such as Carr; Gerald Brenan, The Spanish Labyrinth (Cambridge, 1943); Hugh Thomas, The Spanish Civil War (London, 1977, revised edn); Gabriel Jackson, The Spanish Republic and the Civil War, 1931–1939 (Princeton, NJ, 1965); and Stanley Payne, The Spanish Revolution (London, 1970). Later works, more critical towards the Republic, such as Ronald Fraser’s Blood of Spain (London, 1979), nevertheless still emphasize the essentially ideological and inflexible nature of radical anarchism. The diversity of ideological commitment among the grass roots of the CNT is stressed in Colin Winston, Workers and the Right in Spain, 1900–1936 (Princeton, NJ, 1985), and in much of the recent work produced in Catalonia, notably Enric Ucelay da Cal, La Catalunya populista (Barcelona, 1982), and Pere Gabriel, ‘Classe obrera i sindicats a Catalunya, 1903–1920’, PhD thesis, University of Barcelona, 1981. The explanation of anarchist influence, and above all that of radical anarchism, in Spain in terms of industrial and rural backwardness was first developed extensively in the 1920s by Marxist critics of the CNT such as Andreu Nin and Joaquin Maurín, and then by the Catalan historian Jaume Vicens Vives – Cataluña en el siglo XIX (Madrid, 1961). It is reflected in the writings of E. J. Hobsbawm on Spain – Primitive Rebels (Manchester, 1959); Bandits (London, 1969); and the article The Spanish background’ (1966), included in Revolutionaries (London, 1973) – as well as in many of the standard works previously mentioned.
2 Only 2.5 per cent of non-Catalans resident in Catalonia in 1930 were from western Andalusia. Principal regions of origin of migrants were Valencia (36 per cent), Aragon (21 per cent), and eastern Andalusia (10 per cent), areas where, if anything, anarchist influence spread from Barcelona, rather than vice versa – J. A. Vandellós i Solà, L’immigració a Catalunya (Barcelona, 1935), p. 62. For more extensive criticism of conventional interpretations of Spanish anarchism, see Joaquín Romero Maura, The Spanish case’, in D. E. Apter and J. Joll (eds), Anarchism Today (London, 1971).
3 Gaseta municipal de Barcelona (1934), Estadística, p. 7.
4 Carme Massana, Indústria, ciutat i propietat (Barcelona, 1985), p. 65.
5 See particularly Francesc Roca, Política econòmica i territori a Catalunya, 1901–1939 (Barcelona, 1979); and Ignasi Solà-Morales, ‘L’Exposició International de Barcelona (1914–1929), com a instrument de política urbana’, Recerques, 6 (Barcelona, 1976).
6 J. Aiguader i Miró, El problema de l’habitació obrera a Barcelona (Barcelona, 1932), p. 10. On the ‘Cheap Houses’, see also T. García de Castro, ‘Barrios Barceloneses de la dictadura de Primo de Rivera’, Revista de geografía, 8, 1–2 (Barcelona, 1974).
7 Figures based on membership lists in Cámara Oficial de la Propiedad Urbana de la Provincia de Barcelona (CPUB), Memoria de 1931 (Barcelona, 1932), pp. 359–60. It should be pointed out that these lists and figures are based on the tax returns made by the landlords themselves and so, since tax evasion was notoriously common, almost certainly underestimate the true wealth of landlords. They can, though, be taken to give a broad indication of the distribution of property. The approximate exchange rate at that time was £1 = 4.8 pesetas.
8 F. Pons Freixa and J. M. Martino, Los aduares de Barcelona (Barcelona, 1929), p. 52.
9 Ibid., pp. 62–4.
10
The populations of the municipalities most affected by immigration increased in the following manner:
Source: Lapoblació de Catalunya 1936 (Barcelona, 1937).
11 N. M. Rubió i Tudurí, La caseta i l’hortet (Barcelona, 1933).
12 J. Aiguader i Miró, ‘El problema de les barraques i dels rellogats’, Butlletí del Sindicatde Metges de Catalunya (Barcelona, May 1927).
13 Rubió i Tuduró, La caseta, op. cit.
14 Aiguader i Miró, ‘El problema de les barraques’ op.
cit.
15 For wage levels and price indexes, see Anuario
estadístico de España (1931), pp. 541, 549.
16 Anuari estadístic de la ciutat de Barcelona (1920), p. 676. Pons Freixa and Martino, Los aduares, op. cit., pp. 54–5.
17 Solidaridad obrera, 25 September 1931.
18 Solidaridad obrera, 5,7, and 13 August and 10 and
17 October 1931.
19 Gaseta municipal de Barcelona (1935), p. 42.
20 J. M. Cardelús Barcons, El decreto de alquileres (Barcelona, 1932).
21 Pons Freixa and Martino, Los Aduares, op. cit., pp. 54–8.
22 Dr Lluís Claramunt i Furest, La iluita contra la febra tifòidea a Catalunya (Barcelona, 1933), pp. 205–6. Mortality due to typhoid fever in various European cities in 1932 was as follows (deaths per 100,000 of the population): Berlin, 1; Berne, 0.9; Brussels, 1; Hamburg,
0.7; London, 0.6; and Barcelona, 22.8 (ibid., pp. 189–200).
23 ‘Carta abierta a los camaradas anarquistas’, La protesta (Buenos Aires), 29 March 1925, reproduced in A. Elorza, ‘El anarcosindicalismo español bajo la dictadura, 1923–1930’, Revista de trabajo, 39–40 (Madrid, 1972), pp. 318–23.
24 For the ideas of Peiró, see Trayectoria de la CNT (1925) and Ideas sobre sindicalismo y anarquismo (1930), reprinted in Pensamiento de Juan Peiró (Mexico, 1959).
25 Solidaridad obrera, 19 October 1930. 26 Solidaridad obrera, 15 January 1931. 27 Solidaridad obrera, 18 April 1931.
28 To give only one example, at one meeting during the April 1931 campaign Jaume Aiguader, later Mayor of Barcelona, suggested that the changes then being carried out in Soviet Russia were only an
‘anticipation’ of what was projected by the Esquerra (El diluvio, 7 April 1931).
29 Memoria of the Catalan Regional Congress of the CNT, 31 May to June 1931 (Barcelona, 1931).
30 Solidaridad obrera, 28 May 1931.
31 Solidaridad obrera, 12, 13, and 15 May 1931.
32 Juan García Oliver, El eco de los pasos (Barcelona, 1978), pp. 114–17.
33 The Urales family, centred around Federico Urales, Soledad Gustavo, and their daughter Federica Montseny, published La revista blanca, one of the most important of Spanish anarchist magazines, the weekly El luchador, and several books. Urales initially wrote enthusiastically about the possibilities offered by the new regime. For their attitude to the Republic, see El luchador and La revista blanca, April to December 1931.
34 Solidaridad obrera, 5 June 1931.
35 Solidaridad obrera, 5 May 1931; El día gráfico, 24
June 1931.
36 Solidaridad obrera, 3 July 1931.
37 These demands and the resolutions of the meeting are contained in a leaflet preserved in the Institut Municipal d’Historia of Barcelona (Arxiu de Fulls Volants, 1931).
38 CPUB, Memoria de 1931, p. 469; El día gráfico, 16 July 1931.
39 CPUB, Memoria de 1931, pp. 257–61.
40 Ibid., p. 477.
41 They proposed the establishment of a Joint Commission to determine, with technical assistance, the value and an acceptable rent for each property (Solidaridad obrera, 12 August and 10 October 1931).
42 See El día gráfico and La vanguardia, 7 to 25 July 1931.
43 La vanguardia, 23 July 1931. 183
44 CPUB, Memoria de 1931, p. 263.
45 La vanguardia, 23 and 28 July 1931; La publicitat,
23 July 1931.
46 Solidaridad obrera, 31 July 1931.
47 Solidaridad obrera, 5 and 8 August 1931.
48 Interviews with Joan Pujalte, 22 May 1984, and ‘Joan Roca’ (pseudonym), 30 May 1984.
49 Solidaridad obrera, 15 October 1931.
50 In, for example, Sabadell and Calella (Solidaridad obrera, 3 September 1931; and CPUB, Memoria de 1931, p. 482).
51 Interview with Concha Pérez Collado, 22 May 1984. 52 Solidaridad obrera, 28 August 1931.
53 Interview with Severino Campos, 5 June 1984.
54 Information from personal interviews.
55 Solidaridad obrera, 31 July 1931.
56 Solidaridad obrera, 27 August and 9 September
1931.
57 CPUB, Memoria de 1931, pp. 255–74,443–510.
58 Solidaridad obrera, 20 August 1931.
59 Solidaridad obrera, 31 July, 5 August, 20 and 25 September 1931, etc.
60 CPUB, Memoria de 1932, pp. 48–57.
61 Solidaridad obrera, 28 August, 1 and 9 September 1931 ; interview with Severino Campos, 5 June 1984.
62 El día gráfico, 6 September 1931.
63 Fifty-three, according to a statement published in El luchador, 35 (4 September 1931). Of these fourteen were held without charge, according to a report to Madrid by the Civil Governor, 2 September 1931 (Archivo Histórico Nacional (Madrid), Gobernación Series A, file 7A, dossier 1).
64 El luchador, 41 (16 October 1931).
65 Solidaridad obrera, 24 September 1931 ; Hospitalet Municipal Archive, Correspondència de 1931, box 2 – Juzgados, letter of 28 August 1931.
66 El día gráfico, 13 October 1931.
67 El día gráfico, 2 October 1931.
68 CPUB, Memoria de 1931, pp. 265–7, 270–3.
69 Solidaridad obrera and El día gráfico, 22 October 1931.
70 In June 1932, after an intensive campaign by all the Chambers of Urban Property in Spain, led particularly by Pich i Pon and the Barcelona Chamber, the government agreed to modify the Decree, drastically reducing the right of tenants to a review of rental contracts (Cardelüs Barcons, El decreto, op. cit.).
71 CPUB, Memoria de 1931, p. 507.
72 The construction of the municipally-owned ‘Cheap Houses’ in 1928–30 and the body that administered them, a semi-autonomous trust, were among the most notorious examples of corruption under the Primo regime. Following the establishment of the Republics the tenants began action to demand rent reductions and basic services. The ensuing conflict intensified throughout 1931. As in the broader campaign CNT militants and those of the Construction Union in particular made up most of the prominent activists. By the beginning of 1932 a stand-off situation had virtually been established in which the authorities still refused formally to concede rent reductions, but in practice were unable to enforce payment. This situation would continue, with virtually no rent being paid, up to the Civil War in 1936, and in fact the houses became something of a no-go area to the police and the authorities in general, and a preserve of the CNT. Many CNT militants gravitated to them, and the FAI magazine Tierra y libertad was produced from a house in the Ramon Albó group.
73 Information from personal interviews.
74 CPUB, Memoria de 1931, p. 510.
75 Conversation with Abel Paz, June 1984.
76 Information from personal interviews.
77 See, for example, the ‘Manifest d’estat Català’, L’opinió, 140 (13 March 1931); also J. Aiguader i Miró, ‘Els obrers al municipi’, L’opinió, 142(27 March 1931).
78 To give one example, see the occasional column ‘¡Estos Caseros!’ (‘These landlords’) run in the Republican newspaper El diluvio during 1931.

PD. Extraido de la web Libertame; https://libertamen.wordpress.com/2025/04/20/la-practica-de-la-accion-directa-la-huelga-de-alquileres-de-barcelona-de-1931-1989-nick-rider/

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MANIFESTACIÓN 1º DE MAYO (12H.)

 Metro BUENOS AIRES a PUENTE DE VALLECAS

Contra la depredación de la vida y el planeta. Anarcosindicalismo para cambiarlo todo

El “sálvese quien pueda” parece ser la única salida de un sistema que se resquebraja. Para mucha gente será la respuesta lógica a un tecnocapitalismo que deja patente el total agotamiento de la civilización actual. En lo político, estamos presenciando una lucha sin cuartel de la burguesía conservadora por imponer su agenda tecnofascista. Esta busca construir un relato que culpabilice de la decadencia de la civilización burguesa al feminismo, a los migrantes, al ecologismo, a la comunidad LGTBIQ+, a los avances sociales, o, incluso, a las instituciones liberales tradicionales que ellos mismos han erigido o de las que han participado durante décadas. Muchas personas, incluso una parte de la clase trabajadora (sin conciencia de clase), se dejan seducir por ese mensaje al ver desvanecerse el sueño de la plenitud vital que les prometía la sociedad de consumo: una casita, un coche, unas vacaciones en la playa o en una ciudad de moda sobre las que edificar una blanca y heterosexual familia feliz.

En este contexto, las facciones de la burguesía liberal que pretendían edificar un capitalismo verde se encuentran en una situación cada vez más débil. La solución de convertir la transición ecológica en un lucrativo negocio que salvase el planeta y posibilitara un “Green New Deal” parece perder adeptos. Para sorpresa de los más ingenuos, estamos viendo cómo abandonan sus filas los grandes magnates de la tecnoburguesía que se suman sin ningún pudor al tecnofascismo. Independientemente de quién lo defienda, pensar que la crisis climática puede salvarse con más tecnología no parece corresponderse con lo que nos enseña la experiencia. A lo largo de la historia de la humanidad hemos visto que siempre se ha contaminado más cuanta más tecnología ha necesitado una comunidad o un grupo social determinado.

¿Qué debe hacer la clase trabajadora en esta situación histórica? Desde luego, no permanecer pasiva como un mero espectador. Esta tensión política actual entre los dos modos de administrar la depredación capitalista consume nuestras vidas, la de los trabajadores y trabajadoras: la privatización de las pensiones para convertirlas en un lucrativo negocio, la explotación de la vivienda para exprimir hasta límites inaguantables a las clases populares, el deterioro de los servicios sanitarios para empujarnos hacia seguros privados de mierda, la subida de los precios de productos básicos mientras las multinacionales viven una orgía silenciosa de beneficios récord, son solo algunos ejemplos. Por otro lado, vemos que nuestras duras condiciones materiales no son el único problema en unas ciudades neoliberales cada vez más hostiles (llenas de asfalto, turistas y soledad) que quiebran nuestra salud mental: el ocio alienante bien en sus nuevos formatos (Tiktok, Instagram, etc.) o en sus formas tradicionales (fútbol), la cultura de vaciamiento de la vida a través de la reducción a la categoría de espectáculo (desde la política hasta la cocina), el miedo teledirigido (al okupa, al migrante), la automatización de la vida, etc. Todos estos factores y muchos más, hacen que la brutal artificialización de la existencia se haga insoportable. El capitalismo posindustrial parece querer devorar la vida humana y el planeta al mismo ritmo. La crisis climática es la mejor muestra de ello y la dana de Valencia que segó más de 200 vidas parece ser el preámbulo de un futuro cuyo guion tenemos que cambiar. Es el momento de que las trabajadoras y trabajadores demos un golpe sobre el tablero y reescribamos las reglas del juego. Nuestra contribución en el pasado ha sido fundamental para lograr avances sociales, hay que tomar impulso para socavar los pilares de la opresión en todas sus vertientes y construir sobre sus escombros un mundo nuevo donde no quepan las relaciones de dominación.

Por un 1º de mayo contra la depredación del planeta y de nuestras vidas. Trabajador/a: únete a CNT-AIT. Juntas, entre iguales, podemos cambiarlo todo.

Extraido de la Web; https://madrid.cntait.org/1o-de-mayo-contra-la-depredacion-de-la-vida-y-el-planeta/

¿Caer en el abismo de la guerra o construir un futuro para todos? 

Son tiempos extraños. Podríamos llamarlos, una vez más, «la era de los monstruos». La burguesía internacional se une contra los intereses de las clases subalternas para salir de la crisis económica que ha provocado. Tras la pandemia, los grandes trusts empresariales occidentales buscaron una salida a la congelación de la producción. Sus marionetas, los políticos, la encontraron. Su salida se llama «economía de guerra».

Durante muchos años, la clase obrera no prestó atención a las declaraciones y movimientos de los políticos burgueses de la UE. Ahora los trabajadores se sorprenden de que el nuevo gobierno de coalición belga pretenda aplastar lo que queda del Estado del bienestar y gastar el dinero en armamento militar. Pero no es ninguna sorpresa. Desde hace más de diez años, las potencias imperialistas están librando una «guerra de poderes» para remodelar esferas de influencia, territorios, recursos energéticos, materias primas y cadenas de producción. En Europa, el mayor escenario de estas guerras ha sido la invasión imperialista rusa de Ucrania. Es en este contexto en el que la clase obrera debe entender lo que está ocurriendo en Bélgica.

En un documento enviado a los Estados miembros el 24 de septiembre y citado por Euronews, 28 empresas europeas de «defensa» afirman que el apoyo financiero de la UE debe dirigirse al sector nacional. El plan a corto plazo «también debería servir de prueba para aprender rápidamente con vistas a un programa a largo plazo más ambicioso después de 2028», decía la carta, firmada por grupos
grupos como Leonardo, SAAB, Airbus, Rheinmetall e Indra. En el marco de la Estrategia Industrial Europea de Defensa, los 27 Estados miembros de la UE -23 de los cuales son también miembros de la OTAN- se han fijado el objetivo de dedicar el 50% de sus presupuestos militares a la adquisición de armas exclusivamente a grupos de la UE de aquí a 2030, porcentaje que aumentará hasta el 60% en 2035. Eso fue el año pasado y muy poca gente le prestó mucha atención.

Piotr Kropotkin (1913): «Sabemos que todos los grandes Estados han favorecido, además de sus propios arsenales, la creación de enormes fábricas privadas, donde se fabrican fusiles, blindajes para acorazados menores, obuses, pólvora, cartuchos, etc…Ahora bien, es perfectamente obvio que la ventaja directa de los capitalistas que han invertido su capital en tales empresas es mantener los rumores de guerra con el fin de persuadirnos de que los armamentos son necesarios, e incluso sembrar el pánico si es necesario. Y, de hecho, eso es lo que están haciendo.

Con el nuevo año y la configuración de la nueva Comisión Europea, comprendemos mejor lo que eso significa. Como un estribillo, podemos oír todos los días a los administradores de la OTAN, la UE, los banqueros, los industriales, los medios de comunicación (la clase burguesa) diciendo exactamente lo mismo para obligarnos a aceptar nuestra miseria: «Europa debe replantearse su bienestar y construir una economía de guerra» y «si queremos la paz, debemos estar preparados para la guerra». Así de claro. De todos. No es casualidad. Tenían un plan. El mejor ejemplo que podríamos dar es la empresa alemana Rheinmetall, que ya ha convertido centros civiles en líneas de producción militar. Y adivina qué: Rheinmetall ha anunciado un aumento del 38% en su beneficio neto en 2024 y espera que las ventas aumenten a medida que los belicistas de la Comisión Europea presionen para obtener más capacidades militares.Como resultado, la estancada producción industrial alemana ha recibido un impulso. En segundo lugar, pueden dar las gracias al presidente estadounidense Trump por sus medidas y, como escribió Politico el 20 de enero: «Esto también explica por qué la industria está relativamente relajada respecto a Trump. Si saca a EEUU de la OTAN y deja que Europa vaya por libre, el continente tendrá que confiar en sus propias empresas armamentísticas, ofreciéndoles una oleada de contratos.» Menuda oportunidad, ¿eh?

Emma Goldman escribió en 1915: «Lo que ha llevado a las masas de Europa a las trincheras y a los campos de batalla no es su deseo interior de guerra; hay que buscarlo en la feroz competencia por el equipamiento militar, por ejércitos más eficientes, por barcos de guerra más grandes, por cañones más potentes. No se puede construir un ejército permanente y luego meterlo en una caja como soldaditos de plomo. Los ejércitos equipados hasta los dientes con armas, con instrumentos de asesinato altamente desarrollados y apoyados por sus intereses militares, tienen sus propias funciones dinámicas. Basta con observar la naturaleza del militarismo para ver lo obvia que es esta afirmación».

Y entonces, aquí estamos. La clase obrera sufriendo las decisiones tomadas desde arriba.Todos los recortes en ayudas sociales, la ampliación de la jornada laboral para las pensiones y el resto de medidas neoliberales y antisociales anunciadas por el nuevo gobierno no son más que una abierta declaración de guerra de clases para proteger los beneficios del Capital. Lo que proponemos es organizarnos en base a nuestros intereses de clase. Obreros contra patronos. Clase contra clase. Nuestra clase debe construir relaciones de solidaridad tanto dentro del territorio en el que vivimos como a nivel internacional. También debemos reconocer que nuestro enemigo está aquí, en Bélgica, en la UE, en la OTAN. Y son la solidaridad y la organización internacionalista las que pueden dejar claro una vez más ante los ojos y los sueños del proletariado mundial que los imperialistas y todos los reaccionarios no son más que tigres de papel frente a pueblos decididos a luchar.

Respondemos a las propuestas de Théo Francken de convertir la producción civil en militar con unas palabras del Manifiesto Anarquista Internacional contra la Guerra (febrero de 1915): «A los obreros de las fábricas y de las minas hay que recordarles que las armas que ahora tienen en sus manos fueron utilizadas contra ellos en el momento de la huelga y la revuelta y que más tarde volverán a ser utilizadas contra ellos para obligarlos a someterse y soportar la explotación capitalista.»

Si queremos mantener viva la llama de la posibilidad de cambio, debemos encontrar la forma de crear las fisuras políticas necesarias en la política burguesa y estatal. Debemos aspirar a reenfocarnos, reinspirarnos y movilizarnos por el camino de la perspectiva revolucionaria. Si insistimos tanto en esta orientación, es decir, en la necesidad de unirnos a una política evolutiva, es porque las condiciones que prevalecen hoy en día conducirán inevitablemente a ella. Y debemos estar listos, preparados y bien organizados para que, como clase y como movimiento, podamos desempeñar un papel orgánico en la realización de perspectivas antiimperialistas, anticapitalistas y revolucionarias.

Debemos fijarnos el objetivo de crear relaciones y estructuras que propongan otro modelo social, más allá de la lógica impuesta por el capitalismo. La creación de comunidades de lucha dentro de la clase, y la creación de espacios e infraestructuras que puedan apoyar a estas comunidades, debe ser una prioridad.

Frente a la lógica de liderar tal o cual lucha, proponemos la lógica de una política autónoma que vaya más allá de cuestiones puntuales. Es una forma de ofrecer un ejemplo que diga que somos capaces de producir política por nosotros mismos y para nosotros mismos, sin la mediación de «los de arriba» y a favor de nuestros intereses. En otras palabras, producir una política y una actividad positivas en lugar de la que estamos acostumbrados, es decir, la política de la oposición.

Por último, tenemos que decir que será aún más importante que las voces contra la guerra se mantengan altas y firmes cuando toda la sociedad haya caído en la trampa de la retórica y las actitudes a favor de la guerra. Lo que puso fin a la Primera Guerra Mundial fue la revolución en Rusia y su extensión a los demás centros de los países imperialistas. Deberíamos tomar esto como ejemplo y posicionarnos contra las guerras de los gobernantes y también contra la falsa paz del sistema explotador que se nos ofrece ahora.Esto significa crear las circunstancias que hagan posible una explosión revolucionaria.

Anarchistes Contre les Guerres Capitalistes, mars 2025
ancontreguerre@riseup.net

[]

Extraido de la página web Libertame; https://libertamen.wordpress.com/2025/04/09/caer-en-el-abismo-de-la-guerra-o-construir-un-futuro-para-todos-2025-anarchistes-contre-les-guerres-capitalistes/

La revolución militar y el nuevo poder del Estado – La Guerra de los Treinta Años [1618-1648]

Introducción: el Imperio y la Guerra de los Treinta Años

Las dimensiones del Estado moderno son extraordinariamente poco conocidas, dado su papel dominante en la vida social y económica actual. Como argumentaba Piotr Kropotkin en The State: Its Historic Role, confundir la sociedad y el Estado «es olvidar que para las naciones europeas el Estado es de origen reciente, que apenas data del siglo XVI». Aunque escribía antes de la visión contemporánea dominante de la paz de Westfalia como precursora de la concepción moderna de la soberanía, para Kropotkin estaba claro que algo había cambiado, que el Estado moderno representaba de hecho una ruptura significativa con las formas precedentes de gobierno político. Lo cierto es que la guerra transformó la naturaleza del poder político mucho más profundamente que la soberanía westfaliana, sea cual sea su interpretación. El fuego y la presión que fusionaron por primera vez el capital y el Estado moderno procedían de la guerra. Y a lo largo de toda la Edad Moderna hasta nuestros días, la alianza entre el capital y el Estado se ha mantenido firme en cuestiones de guerra e imperio.La guerra ha sido un negocio muy lucrativo para el capital privado y ha servido a los intereses del Estado al permitirle extender su voluntad, tanto geográficamente como contra su propio pueblo. A medida que se desarrolla el mundo moderno, en particular durante la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), nos encontramos con el crecimiento de un tipo diferente de soberanía, forjada no a través de instrumentos legales cuidadosamente redactados, sino a través del puro poder centralizado, es decir, a través del poder de un nuevo y más fuerte tipo de ejército. Como veremos, la guerra moderna cambió el Estado de varias formas directas y mensurables, dando lugar al tipo de poder consolidado y geográficamente contenido que asociamos con los Estados actuales.

Los contemporáneos hablaron de la Guerra de los Treinta Años en términos que sólo pueden describirse como apocalípticos, reflejando una «obsesión por las profecías, las conspiraciones y las imágenes del fin de los tiempos». La generación de horrores de la guerra conecta varias tendencias relacionadas, en el centro de las cuales se encuentra una revolución en la capacidad y la práctica militar cuya transformación de las armas y la guerra exigió un aumento de la capacidad estatal desde el punto de vista fiscal y administrativo. Aunque nunca tendremos un recuento totalmente exacto de la mortandad que reinó en Europa de 1618 a 1638, murieron unos 8 millones.Se trataba de una parte masiva de la población total, y grandes franjas de la actual Alemania perdieron hasta la mitad de sus habitantes a causa de los combates, los saqueos y asesinatos, las enfermedades y el hambre. En las encuestas realizadas después de la Segunda Guerra Mundial, los alemanes seguían situando la Guerra de los Treinta Años por delante del nazismo y de la peste negra como el peor desastre de Alemania. A principios del siglo XVII, «la dinastía era, con pocas excepciones, más importante en la diplomacia europea que la nación». Poderosas familias como los Habsburgo en Austria y España y los Borbones en Francia gobernaban los numerosos principados del Imperio, cuyos territorios a menudo no eran contiguos. En parte debido a la forma en que los príncipes del Imperio habían transmitido sus tierras a sus hijos durante siglos, los territorios se dividían y redividían constantemente. La nación alemana, tal como era, se fue fragmentando y descentralizando con el tiempo. «Así, una población de veintiún millones dependía para su gobierno de más de dos mil autoridades distintas». El poder político estaba estratificado y dividido. No había un único lugar central en el que buscarlo. «En el viejo mundo, las lealtades religiosas contaban tanto o más que la lealtad al Estado. Mientras tanto, las fronteras políticas se situaban incómodamente al lado de las redes superpuestas de lealtad y obligación personal que quedaban de la época medieval.En el mundo posterior a 1648, la soberanía política del Estado reinaría por encima de todo». Muchos historiadores han aconsejado cautela contra la extracción de significados más profundos del caos y la destrucción de la guerra. El historiador C.V. Wedgwood, por ejemplo, escribe: «Moralmente subversiva, económicamente destructiva, socialmente degradante, confusa en sus causas, tortuosa en sus resultados, es el ejemplo más destacado en la historia europea de conflicto sin sentido». Wedgwood, que tenía un conocimiento increíblemente profundo de los materiales primarios y los prefería a la erudición, consideró la Guerra de los Treinta Años «innecesaria» y dijo que «no tenía por qué haber ocurrido» y que «no resolvió nada que mereciera la pena resolver». Si no resolvió nada y nunca debió ocurrir, la guerra contuvo, no obstante, alteraciones fundamentales del orden político que permanecen con nosotros hoy.

En 1600, el Sacro Imperio Romano Germánico contaba con al menos 20 millones de habitantes, repartidos en miles de «unidades políticas semiautónomas, muchas de ellas muy pequeñas». Muchas de estas entidades políticas estaban geográficamente fragmentadas o divididas entre varios territorios. Aunque la gran mayoría eran pequeños ducados, condados y obispados con poco poder o importancia política, existían varios reinos poderosos con un poder y una población que rivalizaban con los de otros grandes reinos europeos fuera del Imperio.El Imperio tenía una historia profunda y un orden constitucional venerable. El vínculo entre el Papado y el Imperio tenía siglos de historia, precediendo posiblemente a la fundación del propio Imperio e incluyendo episodios aún más antiguos, como la Donación de Pepin, el rey franco cuyo hijo, Carlomagno, se convertiría en el primer emperador de Occidente desde la caída de Roma. El emperador era elegido por siete electores, que representaban a las coronas y territorios más poderosos de un imperio que, aunque predominantemente alemán, se extendía en 1618 desde sus límites occidentales en los actuales Países Bajos, Bélgica, Francia e Italia hasta las costas bálticas de la actual Polonia en el noreste. Los límites más orientales del imperio se extendían por la actual Austria, dominada tradicionalmente por la dinastía de los Habsburgo, la República Checa (que se corresponde aproximadamente con el Reino de Bohemia) y partes de Eslovenia. En la época de la guerra, el Imperio contaba con un sistema constitucional definido, que exigía desde hacía tiempo un cierto grado de autonomía para los electores y las diversas coronas y estamentos menores. Dentro de este sistema, el Papa ocupaba un lugar preponderante. Aunque el Vaticano estaba lejos, el poder de la Iglesia era real y tangible en la vida de los pueblos del Imperio. Los funcionarios eclesiásticos eran a menudo miembros de importantes familias nobles, con grandes propiedades -a menudo incluso principados enteros- y poder político en el mundo real.Tal vez una séptima parte del Imperio pertenecía a estos principados eclesiásticos, pero esto no refleja plenamente el poder o la importancia de la Iglesia en su política. En 1618 había docenas de clérigos en la Dieta Imperial, y el propio sistema electoral prescribía que tres de los siete príncipes electores fueran altos miembros del clero católico, los arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia.

El desarrollo de la capacidad estatal a través de la guerra

En la actualidad, nuestros debates sobre las relaciones entre Estados dan por sentados unos ejércitos vastos, bien equipados y altamente profesionalizados, sofisticados tanto en el campo de batalla como en términos políticos. Incluso Estados mucho más pequeños que Estados Unidos gastan decenas de miles de millones cada año en sus fuerzas militares y la burocracia que las rodea. Pero en los albores de la era moderna había muy pocos ejércitos permanentes. Un ejército permanente era un lujo demasiado costoso incluso para las figuras más ricas y poderosas de la Alemania actual. Cuando el emperador Fernando II necesitó un ejército, acudió al mercado para procurarse uno con oro.La Guerra de los Treinta Años puso a prueba las capacidades fiscales y administrativas del Estado tal y como existía, transformándolo en algo mucho más parecido al Estado que conocemos hoy en día; los preparativos de guerra y la intensa acumulación militar proporcionaron la fuerza motivadora necesaria para los tipos de burocratización jerárquica asociados con el Estado moderno. La guerra es el predicado del Estado moderno porque sólo la estructura estatal es lo suficientemente fuerte como para dirigir los sistemas extraordinariamente expansivos y costosos que conocemos hoy en día. Esta transformación se produjo con el surgimiento de personal y estrategias de reclutamiento militar profesionalizados, que se convirtieron en características estables y duraderas del nuevo orden político. Podemos rastrear el surgimiento del orden político actual comprendiendo las conexiones entre la creciente capacidad bélica de los estados de principios de la Edad Moderna, las nuevas armas y tecnologías, y los cambios en las relaciones entre las fuentes de poder social y político existentes. Como veremos, los persistentes problemas relacionados con el reclutamiento y la remuneración de los soldados se convierten en uno de los principales motores de una revolución militar metamórfica y de la coalescencia de los fuertes estados modernos actuales. La falta de los fondos necesarios para pagar a los ejércitos les hizo depender de los mercenarios: la guerra de asedio era extremadamente cara, los gobiernos de toda Europa estaban endeudados y los soldados se amotinaban y cambiaban de bando con frecuencia.Para los más aventureros de la época, ser soldado era lo más cerca que podían estar de la promesa de una paga regular, y las lealtades compradas a menudo no se correspondían con la nacionalidad. En un ejemplo más famoso, John Smith había servido a los Habsburgo luchando contra los otomanos antes de acabar en la actual Virginia. Incluso los gobernantes más poderosos a menudo no podían extraer suficientes recursos de sus reinos, y la frase «sin dinero no hay suizos» se convirtió en una forma habitual de expresar la gran demanda de mercenarios. Para empeorar las cosas, los generales al mando de ejércitos mercenarios privados a menudo no podían ejercer un control suficiente sobre los movimientos y misiones de sus hombres.

Muchas de estas conexiones históricas entre la guerra y la formación del Estado son familiares en los círculos liberales de izquierda y anarquistas. Albert Jay Nock no se anduvo con remilgos cuando dio cuenta del Estado en su ensayo El progreso del anarquista:

El Estado no se originó en ninguna forma de acuerdo social, ni con ninguna visión desinteresada de promover el orden y la justicia. Muy al contrario. El Estado se originó en la conquista y la confiscación, como un dispositivo para mantener la estratificación de la sociedad permanentemente en dos clases: una clase propietaria y explotadora, relativamente pequeña, y una clase dependiente sin propiedades.

Los ciudadanos contemporáneos han aceptado mayoritariamente la descripción post-facto del poder estatal que recibimos de la moderna teoría del contrato social. En esta historia, el Estado es una persona jurídica artificial que creamos para que se aparte de la sociedad y nos proteja apartándonos de un estado de naturaleza violento y brutal. Pero necesitamos un relato del Estado que no sea sólo filosófico y teórico -hipotético para decirlo con más precisión-, sino también material e histórico. De este último enfoque se desprende que el Estado moderno no se parece en nada a un simpático activista de barrio, comprometido con la paz, el amor y la defensa de los más débiles. El Estado no está ahí para protegerte. Es el autor de la guerra, una máquina de violencia y destrucción, el mayor y el primero de los monopolios. Su capacidad para dominar y someter son sus cualidades características. Este marco puede resumirse en una afirmación asociada a la obra del sociólogo Charles Tilly: «la guerra hizo al Estado y el Estado hizo la guerra». Tilly quería un término neutro, «formación del Estado», una alternativa «a la idea de desarrollo político», que rechazaba por su connotación teleológica. Pero, según relató, el problema es que los académicos empezaron a utilizarlo teleológicamente de forma natural: «No existe un término neutro porque la gente tiene agendas teleológicas siempre que piensa en la historia de los Estados».

«Si los chanchullos de protección representan el crimen organizado en su forma más suave», argumenta Tilly, «entonces la creación de guerras y la creación del Estado -los chanchullos de protección por excelencia con la ventaja de la legitimidad- califican como nuestros mayores ejemplos de crimen organizado.» Los filósofos políticos modernos han sido incapaces de decidir su papel, vacilando entre afirmar lo obvio (por supuesto que el Estado es violencia y crimen organizado, y el bien común estaba lejos de las mentes de sus fundadores) y mantener las educadas pretensiones de la historia oficial (el Estado ha adquirido de algún modo legitimidad a pesar de sus orígenes en la conquista y la agresión). Las organizaciones criminales de tipo mafioso pueden convertirse, y de hecho se convierten, en «organizaciones políticas en el sentido weberiano», asegurando su continuidad y sus pretensiones de validez «mediante la amenaza y el uso de la fuerza física». De hecho, históricamente sólo los cuerpos criminales de tipo mafioso han llegado a convertirse en un poder estatal plenamente desarrollado. Los Estados son mafias que han llegado a ser lo suficientemente poderosas como para eliminar a sus rivales del territorio en el que operan, monopolizando la violencia. Tilly señala que los mecanismos extractivos del Estado van y se desarrollan desde «el saqueo descarado al tributo regular pasando por la fiscalidad burocratizada». Los campesinos de principios de la Edad Moderna no habrían asociado los impuestos con la prestación de servicios públicos.Habrían asociado los impuestos a la guerra, como pago en lugar del servicio militar. En última instancia, esta extracción y depredación imparten el carácter criminal organizado del Estado, donde sus víctimas deben pagar por el privilegio de ser protegidas de él. La creación del Estado no es más que la sistematización, el desarrollo y el perfeccionamiento de este ciclo de violencia y extracción.

Recientemente, un grupo de investigadores quiso comprender mejor la relación entre la guerra y sus singulares exigencias organizativas y la formación de los Estados modernos. Querían poner a prueba el marco belicista de Tilly, que sugiere que las guerras del período moderno temprano dan origen a una forma nueva y distintiva de gobierno del Estado. Revisando datos de los años comprendidos entre 1490 y 1790, examinaron los cambios en las fronteras estatales europeas y los datos sobre conflictos. En un artículo publicado en 2023, los investigadores confirmaron «que la guerra desempeñó de hecho un papel crucial en la expansión territorial de los estados europeos antes (y después) de la Revolución Francesa». El Estado no es sólo un chantajista: es el mejor y más limpio ejemplo de chantajista de la historia. Como objeto de estudio histórico, el Estado es una serie de relaciones entre «hacer la guerra, extraer, hacer el Estado y proteger», que se osificaron hasta convertirse en la fuerza organizadora más poderosa de la sociedad.Cuando Kropotkin y otros anarquistas hablan del Estado como algo separado de la sociedad, reconocen que el Estado nunca está realmente separado, ya que la fuerza de su poder lo afecta todo. Lo que quieren decir es que el Estado está separado de todos los demás miembros de la sociedad, o al menos se diferencia de ellos, en su función de protección. El Estado moderno dice algo extraordinario: Yo soy el único que puede usar la violencia, y yo decidiré cuándo es apropiado su uso. A pesar de este hecho, en algunos rincones del mundo sigue habiendo una aprobación generalizada del gobierno y confianza en las instituciones públicas. El Estado no escatima en nada cuando ataca a sus propios súbditos para dominarlos y controlarlos; de hecho, es el Estado moderno el que produce los peores crímenes contra la humanidad. Dado que ha eliminado a sus rivales históricos, el Estado no ve razón alguna para limitarse. Hasta hoy, cuando te pueden espiar o retener indefinidamente sin juicio, o te pueden incluir en una lista negra y acabar muerto. Las «leyes» del Estado son fundamentalmente las amenazas de muerte de un cártel criminal organizado.

La revolución militar

En una notable conferencia de 1955, el historiador Michael Roberts sugirió su hipótesis de una Revolución Militar entre 1560 y 1660, aproximadamente, que impulsó la era moderna del arte de gobernar.Roberts teorizó que una revolución en las herramientas y métodos de la guerra transformó el orden social de forma duradera. Ejércitos más grandes con mayor número de infantería, coreografía y planificación estratégica más complejas, nuevas armas y nuevos mecanismos de administración y gestión exigieron la formación de sofisticados grupos de cerebros en torno al aparato militar; podría decirse que se trata de los primeros albores del moderno complejo militar-industrial. El creciente uso de mosquetes, caro en sí mismo, también requirió un entrenamiento costoso y largo. Pero, curiosamente, estas nuevas armas también contribuyeron a ampliar y profesionalizar el ejército al desentrenar a muchos combatientes: los mosquetes del siglo XVII no eran tan precisos como el arco largo, pero resultaban más fáciles de aprender y utilizar con el efecto deseado. Esta nueva potencia de fuego desencadenó una carrera armamentística que exigía fortalezas más fuertes, lo que llevó a la introducción de la traza italiana (trace Italienne) o traza de bastión. Muchos historiadores han sugerido que esta fortaleza más corta y más gruesa fue la sentencia de muerte del propio sistema feudal, al aumentar el poder de la clase mercantil urbana y centralizar el poder político. Se trataba de las instalaciones militares de vanguardia de su época, proyectos complejos que exigían muchos recursos y mano de obra, cuya construcción llevaría años y costaría entre decenas y cientos de millones ajustados a los dólares de hoy.La combinación de armas de pólvora, fortalezas de artillería y grandes ejércitos de infantería subvirtió la viabilidad del orden político existente. Roberts y otros historiadores han llamado la atención sobre las ingeniosas hazañas militares del rey sueco Gustavo Adolfo, sosteniendo que los avances en la complejidad de la estrategia militar, la organización jerárquica y el aumento del poder económico y político condujeron al surgimiento de los estados centralizados modernos. Sin embargo, esta revolución no fue una revolución militar única, sino que fue el escenario de varias revoluciones, concurrentes y relacionadas, no sólo de naturaleza militar, sino también social, política y económica en sentido amplio. La movilización de la fuerza en la Guerra de los Treinta Años cambió muchas cosas en la sociedad, incluida la posición del poder político en relación con el individuo y el orden social en general. Los ambientes militares están impregnados de la insignia de la diferencia, dominados por complicadas gradaciones de rango y posición. Este es el tipo de respeto cultural aprendido y sincero por la jerarquía y la cadena de mando que fue necesario para la creación de la fortísima contemporaneidad.

Gustavo Adolfo no era un novato en el campo de batalla en la época de la Guerra de los Treinta Años.Había comandado brigadas increíblemente bien organizadas de tropas leales y disciplinadas mientras Suecia luchaba en múltiples frentes en los primeros años del siglo XVII, y se convirtió en un innovador del campo de batalla, adoptando algunos de los métodos de los enemigos que le habían derrotado en el pasado. Sus ejércitos maniobraban de formas nuevas e impredecibles y utilizaban despliegues estratégicos de reservas, desequilibrando a sus oponentes antes de asestarles golpes mortales. Se le recuerda como uno de los precursores de la revolución militar, modernizador y pionero de la guerra sofisticada. Sus tácticas militares se asocian a menudo con el declive de una maniobra de caballería llamada caracole en favor de ataques montados más tradicionales. Entre otros factores, el uso generalizado de pistolas entre los soldados de caballería había «provocado el abandono del sistema de verdaderos ataques montados». En su lugar, los hombres a caballo se alineaban en filas que podían ser muy profundas, disparando desde cierta distancia antes de pasar a la retaguardia de las filas. Pero Gustavo Adolfo llegó a odiar esta táctica después de enfrentarse a formidables ejércitos en la Mancomunidad de Polonia-Lituania, que utilizaban hábilmente las espectaculares cargas de caballería de los famosos húsares alados polacos. Su reputación de genio militar pionero se debe en gran parte a la asombrosa y abrumadora combinación de salvas de mosquetes y artillería con el choque de esas feroces cargas de caballería.Gustavo Adolfo aumentó y mejoró espectacularmente el uso tanto de las armas de fuego como de la artillería ligera, por ejemplo, los cañones pequeños de última generación: en 1624, introdujo la primera pieza de campaña para regimientos de la historia militar, dotando a sus hombres de cañones móviles de 625 libras (los primeros cañones habían aparecido siglos antes, hacia 1325, desempeñando un papel menor durante la Guerra de los Cien Años). El poder naval de Suecia también la diferenció de las fuerzas bajo el control del Imperio, y esto, también, presagió los cambios transformadores que vendrían del poder marítimo y de las riquezas para controlar las rutas marítimas y, por tanto, el comercio. Las victorias de los Habsburgo en la primera mitad de la guerra supusieron una transferencia masiva de tierras a los nobles leales al Imperio, pero las tornas estaban a punto de cambiar. Las victorias de Gustavo Adolfo en la guerra representan el despliegue exitoso de un programa de proyectos administrativos, tácticos y tecnológicos, todos ellos complejos y que requieren muchos recursos. Su sistema de reclutamiento mediante la conscripción sistemática y burocrática y la compensación, que dividió su reino en zonas, anticipó los sistemas utilizados hoy en día por los estados más poderosos.

Fiel al ADN feudal del sistema europeo, el servicio militar durante la guerra se recompensaba con tierras y títulos.Albrecht von Wallenstein, por ejemplo, fue elevado a la categoría de duque por crear un ejército para el emperador Fernando II, antes de ser asesinado por sus enemigos con la bendición de Fernando. Wallenstein es una figura fascinante por derecho propio, que merece una mayor atención tanto por sí misma como por su condición de símbolo de un nuevo orden moderno. Personifica la prestación de la guerra como un sofisticado servicio profesional, un influyente y ambicioso señor de la guerra al mando de un ejército mercenario privado reunido a petición de Fernando II. Fue, como Gustavo Adolfo, un innovador militar y un consumado estratega. La importancia del capital de Wallenstein y su capacidad institucional única para movilizar y dirigir eficazmente a 100.000 hombres prefiguraron la necesidad de que el Estado integrara esta función, entonces privatizada y externalizada. En el nuevo marco político, más secular, que seguiría a los tratados de Westfalia, el capital y el Estado formaban una pareja natural, ascendente frente a los centros de poder más tradicionales y eclesiásticos. Durante la guerra, Wallenstein sostuvo que «había llegado el momento de prescindir por completo de los electores; y que Alemania debía ser gobernada como Francia y España, por un soberano único y absoluto».La unificación de Alemania tardaría siglos en lograrse, con la superioridad militar y burocrática de los prusianos a la cabeza del esfuerzo. El meteórico ascenso de Wallenstein resultó insostenible y, tal vez como era de esperar, recibió la muerte de un mercenario, tachado de traidor y asesinado por orden imperial.

La paz de Westfalia y las características de la soberanía

Después de tres décadas de combates de ida y vuelta por toda Europa central, la guerra llega a su fin oficial en otoño de 1648, con negociaciones en las dos ciudades desmilitarizadas de Westfalia, Osnabrück y Münster. El significado de los tratados dentro del orden político existente sigue siendo objeto de debate. «La convergencia interdisciplinaria e interparadigmática sobre 1648 como origen de las relaciones internacionales modernas ha dado a la disciplina de las RRII un sentido de dirección teórica, unidad temática y legitimidad histórica». A pesar de su enorme reputación e importancia para los académicos, especialmente en el ámbito de las relaciones internacionales, se ha exagerado considerablemente el impacto de Westfalia en las interacciones entre países. Los documentos firmados en Osnabrück y Münster no trajeron la paz a Europa ni unieron a sus grandes potencias en una nueva era de tolerancia y armonía.La guerra continuó, aunque a unas escalas de muerte y pérdida de tesoros más tolerables para unos gobernantes que acababan de supervisar el periodo bélico más destructivo de la historia de Europa. Aunque se ha exagerado la importancia de Westfalia para el concepto de soberanía, redujo un mosaico desordenado de obligaciones políticas y disminuyó la estatura de las fuentes de autoridad supranacional, el Imperio y la Iglesia romana. Esta exaltación del poder estatal local y la consiguiente degradación del Vaticano en la escena internacional enfurecieron al Papa. En una bula publicada poco después de la finalización de los tratados de Westfalia, el Papa Inocencio X los condenó como «nulos, sin valor, inválidos, inicuos, injustos, condenables, réprobos, inanes, vacíos de significado y efecto para siempre». La indignada reacción de Inocencio ante los tratados que pusieron fin oficialmente a la Guerra de los Treinta Años arroja luz sobre el debate que se mantiene en torno a la importancia relativa de los instrumentos diplomáticos de Westfalia en la creación de la soberanía estatal tal y como la conocemos hoy en día. En la época de los acuerdos de Westfalia, la Iglesia y el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico habían mantenido una relación especial de cooperación desde la época de los reyes carolingios, más de ocho siglos antes.

Las secuelas de Westfalia demuestran que el significado de la paz tenía menos importancia para la forma en que los Estados se tratarían entre sí, y relativamente más para las relaciones entre los potentados del Imperio, por un lado, y el Emperador y el Papa, por otro. Los grandes príncipes ya no sufrirían los dictados de ninguno de los dos. Los tratados efectuaron un importante cambio constitucional, introduciendo «libertades religiosas protoliberales» en los estamentos del Sacro Imperio Romano Germánico, que dejaban a los súbditos con deberes exclusivamente seculares hacia sus autoridades. Los acuerdos no crearon la soberanía moderna, sino que afirmaron el gobierno de los numerosos gobernantes del Sacro Imperio Romano Germánico frente al poder sobrevenido del Emperador. No alteraron el paradigma fundamental de las relaciones internacionales, ya que las generaciones que siguieron a la guerra estuvieron definidas por varias guerras importantes, como la Guerra Civil Inglesa, la continuación de la Guerra Franco-Española, la Segunda Guerra del Norte y la Guerra Franco-Holandesa, cada una de las cuales causó por sí sola cientos de miles de muertos. En los años inmediatamente posteriores al final de la Guerra de los Treinta Años, el impacto de otras guerras en Polonia acabó con hasta la mitad de su población.

No obstante, gracias a la paz de Westfalia, los rasgos del Estado moderno adquieren un relieve más nítido.En su libro de 1972 Anti-Edipo, el primer volumen de su obra Capitalismo y esquizofrenia, Gilles Deleuze y Félix Guattari exploran los rasgos fundamentales del Estado. Quieren argumentar que el Estado encuentra su punto de partida en dos actos fundamentales: (1) la fijación de la residencia territorial, y (2) un «acto de liberación mediante la abolición de las pequeñas deudas». Históricamente, este alivio de las pequeñas deudas fue uno de los mecanismos que empleó el poder estatal para consolidar su control político y económico y hacer que los campesinos pasaran a depender de un sistema fiscal y de intercambio económico centralizado y gestionado por el Estado de forma más general. Pero el advenimiento del Estado conlleva el endeudamiento permanente del súbdito, una deuda que sólo la muerte puede liberar. Las nuevas realidades de una guerra aparentemente interminable y extremadamente intensiva en recursos exigen la conquista permanente de un ciudadano cuyas principales obligaciones serán para con el gobierno político. El Estado empieza a cortar los lazos culturales tradicionales y locales imponiendo nuevos centros de poder, organizados en torno a abstracciones y centrados intensamente en la fiscalidad, la burocracia y el imperio de la ley. «El sistema feudal había supuesto un mundo en el que todo el mundo estaba vinculado a la tierra y la responsabilidad de su bienestar corporal recaía en el terrateniente».El Estado aliena al individuo de una relación directa con la tierra y los vínculos familiares, encerrándolo y absorbiéndolo en sistemas impersonales. Como explican Deleuze y Guattari, «el Estado inaugura el gran movimiento de desterritorialización que subordina todas las filiaciones primitivas a la máquina despótica». Eso es lo que esperamos del gobierno moderno: que sea tratado como impersonal, neutral. La sociedad comienza a recompensar un nuevo tipo de comportamiento, a medida que crecen y proliferan organizaciones muy centralizadas y burocráticas. El Estado se hace lo suficientemente fuerte como para absorber e incorporar a todos los mercenarios menores. Comienza así un círculo vicioso en el que los impuestos son necesarios para los ejércitos permanentes y los ejércitos permanentes facilitan los impuestos. El gobierno se vuelve aún más anónimo e institucional. En un interesante giro histórico, este desarrollo moderno quizás represente un retorno al costoso sistema romano, en el que la mayor parte de los ingresos fiscales se dedicaban al reclutamiento y mantenimiento de la soldadesca (en el año 150, aproximadamente el 80% del presupuesto romano se dedicaba al ejército). La Guerra de los Treinta Años sigue siendo una pieza crucial del rompecabezas para comprender la formación de los tipos de poder político que dominan el mundo actual, el lugar de intersección entre varias de las principales fuerzas que aún hacen girar los engranajes de la política tanto a nivel nacional como entre naciones.

Extraido de la página web, https://libertamen.wordpress.com/2025/04/04/la-revolucion-militar-y-el-nuevo-poder-del-estado-la-guerra-de-los-treinta-anos-1618-1648-2025-david-s-damato/

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https://theanarchistlibrary.org/library/military-revolution-and-the-new-state-power

https://dsdamato.substack.com/p/military-revolution-and-the-new-state

Más allá del Signalgate: Comprender el verdadero escándalo en Yemen (2025) – David S. D’Amato

EEUU atacando posiciones Houthi en Yemen. Fuente de la imagen: U.S. Air Force – Dominio público

El 24 de marzo, el país se enteró de que un grupo de altos funcionarios de la administración Trump (incluidos el vicepresidente, el secretario de Defensa y el director de Inteligencia Nacional, entre otros) enviaron accidentalmente detalles clasificados de ataques militares contra Yemen a Jeffrey Goldberg, editor de The Atlantic. Desde que Goldberg dio a conocer la historia, ha habido un flujo constante de comentarios sobre el «Signalgate», la mayoría añadiendo poco más que ruido y furia. El discurso público sobre el Signalgate revela algo importante sobre la política estadounidense, mucho más importante que la incompetencia en el centro del escándalo. Lo que rara vez se ha mencionado durante la conversación nacional es el elefante en la habitación: los ataques de Estados Unidos a Yemen violan el derecho internacional y contribuyen a una de las crisis humanitarias más importantes del mundo.

La pesadilla de la clase dirigente de Washington es que por fin abramos los ojos ante los crímenes reales y documentados que se cometen en un país que la mayoría de los estadounidenses no puede encontrar en un mapa. Sería difícil exagerar el grado de brutalidad y sufrimiento que Estados Unidos ha endilgado al pueblo de Yemen.Y es imposible separar el enfoque estratégico de Estados Unidos hacia Yemen de su apoyo a la embestida genocida en Palestina. En el primer año de la campaña de terror brutalmente unilateral en la Franja de Gaza, Estados Unidos dio miles de millones en armas y otras ayudas a Israel, sin hacer preguntas. Según el proyecto Costs of War de la Universidad Brown:

El gasto de Estados Unidos en operaciones militares de Israel y otras operaciones estadounidenses relacionadas en la región asciende al menos a 22.760 millones de dólares y subiendo. Esta estimación es conservadora; si bien incluye la financiación de asistencia a la seguridad aprobada desde el 7 de octubre de 2023, la financiación suplementaria para las operaciones regionales y un coste adicional estimado de las operaciones, no incluye ningún otro coste económico.

William Hartung, investigador principal del Quincy Institute for Responsible Statecraft, añade que las ofertas de armas durante este periodo (es decir, más allá de los 17.900 millones de dólares en ayuda militar, incluidos los artículos que aún no se han entregado) ascienden a más de 30.000 millones de dólares. Los Houthis de Yemen han hostigado las rutas marítimas en respuesta al genocidio apoyado por Estados Unidos en la Franja de Gaza, lo que llevó a la administración Biden a reasignar al grupo a su espuria lista de terroristas. Washington ha justificado con frecuencia sus crímenes contra el pueblo de Yemen señalando la amenaza de Irán, tratado como Estado patrocinador del terror.La primera administración Trump, citando una emergencia de seguridad nacional creada por Teherán, se apresuró a entregar armas a los saudíes en contra de la preocupación generalizada por la seguridad de los civiles -miembros del gobierno de Trump fueron despedidos por plantear preocupaciones-. Cabe preguntarse: ¿qué es un Estado patrocinador del terrorismo? Tal como se ha aplicado a los acontecimientos del mundo real, la noción en sí es incoherente e ininteligible, es decir, es propaganda destinada a confundir y engañar a los cómodos estadounidenses. Para dar sentido a esta norma es necesario que nos enfrentemos a hechos incómodos y, sobre todo después de sus acciones ilegales contra Palestina y Yemen, Estados Unidos debe ser considerado el principal patrocinador del terrorismo en el mundo.

Estados Unidos ha matado a no menos de 61 personas desde que comenzó una nueva ronda de ataques el 15 de marzo, pero sus temerarios ataques y su desprecio por la vida civil se remontan a más de dos décadas. Estados Unidos comenzó por primera vez las operaciones con aviones no tripulados y los ataques aéreos en Yemen en 2002, causando «importantes daños a civiles, y nadie ha rendido cuentas por estas acciones». Según el Global Centre for the Responsibility to Protect, sólo los ataques aéreos de la coalición han matado a casi 20.000 civiles, de los cuales más de 2.300 eran niños. Al menos 4 millones de personas se han visto obligadas a desplazarse. En la actualidad, Yemen es uno de los países más pobres y devastados por la guerra del mundo.Debemos ser claros sobre lo que está ocurriendo en Yemen, porque nuestros medios de comunicación están empeñados en ocultar la verdad: la política intencionada de Estados Unidos ha sido matar de hambre a Yemen, y bombardear a su pueblo cuando no se le puede matar de hambre. Cuando Washington quiere matar a un número masivo de personas inocentes sin una acción militar -para asegurarse de que no tengan alimentos, medicinas, energía y otras necesidades vitales- utiliza un programa de bloqueos económicos a escala mundial, racionalizado con vagos gestos hacia el «terrorismo». Durante años, el gobierno estadounidense ha privado a la población yemení de lo mínimo necesario para sobrevivir, al tiempo que atacaba y destruía infraestructuras críticas. Según la Agencia de la ONU para los Refugiados, más de «18,2 millones de personas necesitan urgentemente ayuda humanitaria y servicios de protección», y 5 millones se encuentran en condiciones de inseguridad alimentaria aguda. Cerca de 10 millones de niños yemeníes necesitan algún tipo de ayuda humanitaria. La guerra apoyada por Estados Unidos y el bloqueo han creado un desastre económico en Yemen. El verano pasado, un informe del Banco Mundial afirmaba que en los años comprendidos entre 2015 y 2023, Yemen perdería más de la mitad (54 por ciento) de su PIB real por persona, lo que sumiría a la mayoría de la población del país en una pobreza extrema.

El lenguaje en torno al «terrorismo» es fundamental para los intentos de Washington de controlar la narrativa y conjurar el apoyo público -o al menos la ignorancia pública- de su campaña manifiestamente ilegal en Yemen. Como señaló recientemente Phyllis Bennis, los ataques estadounidenses en Yemen «siempre se denominan ‘bombardeos contra los rebeldes Houthi respaldados por Irán’ para evitar reconocer que, al igual que en Gaza, las bombas están cayendo sobre infraestructuras civiles y sobre civiles que ya se enfrentan a una hambruna devastadora».

Yemen y Palestina han puesto a prueba los límites del sistema imperial: ¿a cuántas mujeres y niños inocentes podemos liquidar antes de que los estadounidenses ensimismados, que miran Netflix sin pensar y comen basura pestañeen? Aparentemente, muchas. La historia de The Signal es la narrativa aparentemente anti-Trump perfecta para las clases parlanchinas: ni siquiera tienen que fingir que defienden una posición progresista contraria a Trump. Mientras residentes legales que no han infringido ninguna ley son desaparecidos de nuestras calles por oponerse a un genocidio en Palestina -totalmente apoyado por ambas alas de la clase dominante-, la clase dominante puede centrar nuestra atención y lealtades en la justa misión militar de Estados Unidos.

El imperialismo es la fe compartida de la clase dominante porque todo el sistema económico y social estadounidense depende de él -las golosinas baratas que nos pacifican y ocultan las verdaderas características del sistema de producción: el robo de tierras, el trabajo esclavo, la extracción de recursos naturales, el opresivo régimen de «propiedad intelectual» que entrega las propias ideas a rentistas corporativos privilegiados. Si alguna vez se cuestionan las guerras eternas, toda la ideología gobernante y el paradigma político quedan expuestos al escrutinio. Y no pueden sobrevivir a una mirada más atenta, porque representan el comportamiento criminal en su forma más desvergonzada.

El salvajismo de Washington en Yemen, y la extraña reacción de la prensa corporativa al respecto, apuntan a una profunda crisis moral y a una pérdida de rumbo en Estados Unidos. Parece que somos incapaces de enfrentarnos a la influencia maligna del gobierno en el mundo y a sus violaciones casi constantes de los principios más fundamentales del derecho internacional. Pero no entenderemos el fascismo MAGA como fenómeno social y político hasta que veamos claramente su conexión con el imperio estadounidense y sus crímenes contra personas inocentes, incluidas las de Yemen.

David S. D’Amato es abogado, empresario e investigador independiente. Es asesor político de la Fundación Futuro de la Libertad y colaborador habitual de opinión de The Hill.Sus escritos han aparecido en Forbes, Newsweek, Investor’s Business Daily, RealClearPolitics, The Washington Examiner y muchas otras publicaciones, tanto populares como académicas. Su trabajo ha sido citado por la ACLU y Human Rights Watch, entre otros.

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Beyond Signalgate: Understanding the Real Scandal in Yemen

PD. Extraido de la web Libertame; https://libertamen.wordpress.com/2025/04/06/mas-alla-del-signalgate-comprender-el-verdadero-escandalo-en-yemen-2025-david-s-damato/

Defendernos a nosotros mismos – Autodefensa basada en la ayuda mutua y la solidaridad (2017) – Jeff Shantz

La creciente ola de fascismo y violencia política organizada de la derecha, en particular la movilización de las fuerzas de la derecha callejera, como los Proud Boys y los Oathkeepers, han devuelto la cuestión de la autodefensa al centro de las preocupaciones anarquistas y antifascistas. Esto se ha vuelto más candente tras la brutal movilización fascista y la violencia en Charlottesville, Virginia, en agosto. El asesinato allí de Heather Heyer por un neonazi da a la cuestión de la autodefensa una importancia de vida o muerte.

El período actual demuestra la necesidad ineludible de que los anarquistas se dediquen a la formación en autodefensa. Pero también demuestra que esto es insuficiente si se queda en una base individual. El contexto actual de las crecientes mareas de amenazas de la alt-right subraya la necesidad de la autodefensa sobre una base colectiva y organizada de ayuda mutua y solidaridad.

Ya existen algunas formas de defensa colectiva a las que los anarquistas pueden recurrir. Una de las más conocidas entre los anarquistas en los últimos años ha sido la táctica del Black Bloc [Bloque Negro]. Se originó como un medio para contrarrestar a los fascistas y la policía en Alemania en la década de 1980, donde proporcionó una defensa crucial para las ocupaciones ilegales que fueron objeto de interrupción o ataque por ambos.

Obviamente, el Black Bloc en Norteamérica ha sido muy eficaz en manifestaciones y protestas callejeras. Pero no se traduce directamente en la defensa cotidiana del vecindario. Llevar una máscara o un pañuelo negro no es la mejor manera de presentarse o congraciarse con los vecinos. El anonimato necesario en las manifestaciones callejeras es contraproducente, incluso contraproducente, en el contexto de la construcción de la solidaridad y la protección del vecindario.

La organización anarquista contra los fascistas y los grupos de supremacía blanca en el periodo comprendido entre los años 80 y principios de los 2000 fue llevada a cabo en gran medida por Anti-Racist Action (ARA), fundada en Minneapolis. Agrupaciones de ARA actuaron en numerosas ciudades de Norteamérica.

ARA se organizó en gran medida como una fuerza reactiva de lucha callejera de antirracistas dispuestos a correr riesgos enfrentándose a los fascistas cuando se reunían públicamente o en actos como conciertos. Aunque no estaba regimentada ni entrenada militarmente como fuerza de combate para la autodefensa, la ARA estaba formada por personas comprometidas dispuestas a luchar para acabar con la presencia pública fascista. Aunque algunos miembros de la ARA practicaban artes marciales, no siempre era el caso de que la ARA en su conjunto realizara un entrenamiento sistemático. Tampoco se organizaban sobre la base de formaciones de defensa permanente. La acción tendía a ser espontánea y reactiva.

La dependencia de la defensa reactiva o espontánea es a menudo el caso de las acciones antifascistas actuales, llevadas a cabo mediante respuestas rápidas a los fascistas. En los asaltos libres contra ellos, como las cargas frontales, hay poca preparación estratégica o táctica o poca disciplina.

A lo largo de los años, ha habido varios proyectos de entrenamiento en artes marciales entre activistas, espacios y comunidades anarquistas y antifascistas. En el Espacio Libre Anarquista y en la Escuela Libre de Toronto, esto se ofreció junto con clases sobre anarquismo. Cabe destacar que los participantes y miembros del colectivo Free Skool tenían la sensación de que los cursos de artes marciales eran menos necesarios o relevantes que los teóricos e históricos.

Para algunos anarquistas, otra práctica de autodefensa adopta la forma de patrullas de vigilancia policial. La vigilancia policial consiste en la observación organizada desde abajo de las autoridades, en contraposición a la vigilancia desde arriba por parte de las autoridades.

En Surrey, cerca de Vancouver, hemos puesto en marcha equipos de copwatching para grabar, documentar y dar a conocer las acciones violentas de los agentes de la Real Policía Montada de Canadá (RCMP) y de los agentes municipales encargados de hacer cumplir la ley contra los sin techo. A medida que se han dado a conocer estas acciones, la policía ha cambiado considerablemente sus actuaciones, volviéndose menos abusiva. Al menos un agente de policía ha sido expulsado.

Una base para la defensa

La base estructural para una organización de defensa ya la proporciona el ejemplo de la escuadra volante laboral utilizada por los Trabajadores Industriales del Mundo (IWW) a principios del siglo XX. Una fuerza de defensa de este tipo podría movilizarse rápidamente a través de una lista telefónica accesible a todos los miembros.

No sólo permite un despliegue rápido, sino que también se basa en relaciones preexistentes de confianza y acción. Los miembros se conocen entre sí y tienen importantes experiencias de trabajo conjunto durante acciones políticas, protestas y/o huelgas y piquetes en el lugar de trabajo. También suelen tener relaciones de actividad y confianza con personas de otros movimientos sociales y organizaciones comunitarias, como grupos de lucha contra la pobreza o de defensa de los inmigrantes. Tal fue el caso en Toronto, con varias brigadas volantes, tanto sindicales como autónomas, y relaciones con la Coalición de Ontario contra la Pobreza.

La formación puede extenderse a toda una comunidad o barrio, proporcionando así espacios y prácticas de construcción de la solidaridad. A mayor escala, pueden ofrecer alternativas a las intrusiones estatistas en las comunidades. Para ello habría que desarrollar la autodefensa sobre una base comunitaria más amplia y regular.

Autodefensa y ayuda mutua

La autodefensa comunitaria es una expresión importante de la ayuda mutua, el impulso anarquista básico y el principio de organización.

La solidaridad sobre esta base va más allá de la dependencia del Estado para la protección o la respuesta a la crisis. Ayuda a las personas a desarrollar relaciones, habilidades y confianza para apoyar a los miembros de la comunidad en lugar de recurrir a las autoridades. También ayuda a romper el reflejo de recurrir al Estado para hacer frente a los problemas o amenazas sociales.

Los anarquistas no deben hacerse ilusiones de que pueden satisfacer satisfactoriamente las necesidades de protección de la comunidad en este momento. Hay mucho trabajo por hacer y muchas ciudades con movimientos anarquistas tienen capacidades mínimas de autodefensa. Este es un verdadero reto para los anarquistas.

Es imposible hablar significativamente de alternativas al Estado y proporcionar pruebas convincentes a la gente de que el anarquismo ofrece algo de una alternativa realista o práctica si estos recursos y capacidades no se desarrollan. No proporciona un puente desde el actual estado de cosas al anarquismo si tales necesidades no pueden ser satisfechas de manera anárquica.

Y deja a la gente poco convencida. Esto no quiere decir que deban alcanzarse plenas capacidades de autodefensa. Pero hay que trabajar más para acercarse a un nivel efectivo y convincente de atención comunitaria.

Los esfuerzos de autodefensa ofrecen un medio importante para acercar a los no anarquistas a las relaciones con los anarquistas. La gente se involucrará en los esfuerzos de protección contra los fascistas y/o contra la violencia policial incluso si no se han identificado como anarquistas, o nunca se verán como tales.

PD. Extraido de la web libertamen; https://libertamen.wordpress.com/2025/04/05/defendernos-a-nosotros-mismos-autodefensa-basada-en-la-ayuda-mutua-y-la-solidaridad-2017-jeff-shantz/

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https://theanarchistlibrary.org/library/jeff-shantz-defending-ourselves