Obviando los grises engranajes de la megamáquina, parece claro, y hay abundante evidencia empírica, que las leyes son un mecanismo mediante el cual es posible, a conveniencia, legalizar lo ilegítimo e ilegalizar lo legítimo. Legalizar así, no parece ser mucho más que dotar de aptitud, corrección o validez sistémica a algo o alguien unido a sus actos. Lo que no parece gran cosa para un burocracia dependiente que derrocha tiempo y folios bajo el amparo de una violencia cuidadosamente diseñada, implantada y monopolizada. Es, sin más, una posibilidad esperada.
Igualmente, el diagnóstico de la ilegalidad está resultando, por otra parte, una expresión de coerción (mal) disfrazada de razón, propia de un paternalismo fascista, que invade el pensamiento, la creación y la intención. La componente de interpretación de la semántica, producto de múltiples variables, es sustituida por la sospecha de un crimental orwelliano. Es la mordaza, la enésima ofensiva contra la pobreza, la expulsión de quienes no tienen valor para el sistema o le cuestan demasiado, el mensaje inequívoco para quienes lo cuestionan de forma comprensible.
Lo legítimo, que tendría mucho de bien comunal, sería lo propio de personas y colectivos que forman parte de un complejo sistema natural, con múltiples interdependencias, que tiene la capacidad de dotarse por sí mismo y de forma equilibrada de bienestar, igualdad, libertad, cohesión,… Mediante su legalización, lo legítimo, en sus múltiples formas, es mutilado y mercantilizado para su saqueo por las manos invisibles de Adam Smith y su manada de presuntos asesinos sociales en los últimos doscientos años. Mucho tiene que ver la extracción de lo legítimo con la cosificación ciudadanista.
La ‘demagogia’, es decir, la seducción de las masas (con evidentes mentiras en muchos casos) y el ‘populismo’, es decir, el arrogarse la voluntad y los deseos del ‘pueblo’ (otra abstracción sin contenido), lo emplean unos y otros a ambos lados del espectro político. Ahora, nos llega, de manera irritante, el vocablo ‘posverdad’. ¿Somos capaces de otorgar contenido al lenguaje? Consecuentemente, ¿podemos analizar la realidad de manera razonablemente objetiva para no ser manipulados? Veamos, sin ser demasiado pesimistas y aportando alternativas.
Esta operación propagandística, y también la figura misma de Bernard Kouchner, son de alguna manera símbolos de la evolución de la imagen de África en el lenguaje político y mediático occidental post(neo)colonial. Médico de formación, Kouchner es el fundador de Médicos sin Fronteras y de Médicos del Mundo, dos grandes estructuras humanitarias francesas. Viene de la cooperación humanitaria para arribar a la política y convertirse en uno de los paladines principales de «derecho-deber de injerencia». Noción que ha propiciado la casi totalidad de las intervenciones militares de los países de la OTAN desde el final de la Guerra Fría a la actualidad.
Jerez a 13 de Febrero de 2017